Pensamiento y acción para la transformación

Juan Luna Rengel

Todos los seres humanos estamos catalogados seres racionales, desarrollamos conforme vamos creciendo física, emocional y espiritualmente la inteligencia, los sentidos y las ideas, no somos seres estáticos, sino, siempre estamos en constante cambio, transformación y evolución individual.

Las ideas que vienen a nuestra mente son el producto de lo que somos, de lo que leemos, de lo que escuchamos y aprendemos diariamente. Como seres racionales las procesamos, deconstruimos y buscamos una verdadera transformación de mi yo, para aportar a la transformación del otro, del que no piensa como yo y así sucesivamente llegamos a una transformación social que irrumpe a un nuevo modelo de vida.

Desarrollamos también nuestras emociones, sentimientos, aquellas que nace del corazón, del espíritu, de nuestro ser interior, pues, desde el descubriendo de las neurociencias “el corazón tiene su propio cerebro, muestra que el corazón no es solo una simple bomba que irriga sangre, sino que el corazón es un órgano sensorial y un sofisticado centro para recibir y procesar información”.

En este marco del pensamiento racional y emocional, vale recordar las palabras del maestro divino, Jesús, contado en el evangelio de Marcos “Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre” (Mc. 7,14-23). Así de simple y clarito la máxima evangélica, por tanto, el pensar nos lleva a la acción y ésta a la transformación, siempre y cuando sean coherentes y consecuentes la una de la otra.

Manejar pensamientos, emociones, sentimientos nos conduce casi siempre a hacer un alto y mirarnos a nosotros mismos, en las actividades que debe realizar en el trabajo, en la familia, en la vida y ambiente que nos desenvolvernos. Mirarnos a sí mismo y valorar cómo otros nos miran trasciende al nivel de la espiritualidad e impregnados por estos tres elementos: pensamiento, emociones/sentimientos y espiritualidad, nuestras acciones deben estar impregnadas de un deseo profundo transformación de la vida y de la comunidad.

En esta búsqueda de la transformación que nace de la coherencia del pensar y del accionar, la espiritualidad nos permite reconocer al otro, no como alguien igual a mí, sino, como alguien que me supera, pero que, juntos podemos enfrentar el desafío individual y colectivo de transformar, por ejemplo, la injusticia social vigente por una justicia solidaria, fraterna, de igualdad de oportunidades como expresión de paz y justicia.

Entre los desafíos para lograr una transformación radical es salir al encuentro del diferente, sin discriminación, emprender un trabajo colaborativo en la organización, pueblo o ciudad a la que pertenecemos, ser artífices de sinergia con lo que hace el gobernante y el trabajo que lucha desde su trinchera y busca construir y desarrollar un buen vivir y un vivir bien, que no otra cosa, sino jugar por jugarse la vida.

Finalmente, tener claro, que la verdadera transformación siempre pide una mirada retrospectiva y prospectiva para descentrarnos y volvernos a concentrar. Es importante mirar y evaluar constantemente para actualizar los objetivos, por algo somos seres en transformación y evolución permanente, no siempre lo que se hizo ayer, funciona hoy, y, la rigidez nos puede llevar a sobrevivir y no a VIVIR.