Juan Luna Rengel
La Doctrina Social de la Iglesia manifiesta: “Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos de las personas, el compromiso del bien común como fin y principio de la acción y gestión política” (407). Si estos valores no coexisten, la democracia se va al traste y el respeto a la persona que piensa diferente es un mito del discurso y no del compromiso por hacer bien las cosas.
En las elecciones del 05 de febrero, a nivel nacional, han sido electos 221 alcaldes, 864 concejales urbanos, 443 concejales rurales, 23 prefectos, 23 viceprefectos, 4109 vocales de juntas parroquiales, 7 personas que pasan a integrar el nuevo Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (Cpccs) y se dijo NO una consulta popular planteada desde el ejecutivo.
En nuestro cantón Quilanga, con una población que bordea los 5.000 habitantes y 4.200 electores fueron designados: el alcalde, 3 concejales urbanos, 2 concejales rurales y 10 integrantes de las juntas parroquiales de Fundochamba y San Antonio de las Aradas. Felicitamos a cada uno de ellos por su éxito electoral.
Durante el mes de proselitismo los candidatos y las candidatas defendieron su plan de trabajo presentado en el CNE, algunos con añadidos, propios de la tarima, para convencer a la masa ávida de escuchar propuestas y promesas que fueron de las simples, muy simples a las de largo alcance, y, que deben cumplirse en los 4 años. El voto consciente de los ciudadanos fue de confianza a las propuestas y promesas y lo mínimo que puede hacer el CNE es proclamar los resultados, no por obligación legal, sino que los mismos, deben ser el resultado de la transparencia y despejar dudas y cuestionamientos al proceso y a los resultados.
Los partidos, movimientos, alianzas y candidatos/as de diferentes dignidades deben aceptar con profundo respeto y altura la expresión de cada elector, comprender que la voluntad de la ciudadanía es inobjetable y que saber ganar o perder demuestra decencia y compromiso, no solo en quienes ganaron, sino en los seguidores, que, muchas veces, son los referentes del elegido. Así se consolida la democracia delegativa que vivimos, pues, de participativa, queda su nombre y el buen deseo del gobierno del pueblo.
Al consignar nuestro voto somos corresponsables del futuro del país y de nuestro cantón, dejamos de ser observadores y pasamos a ser verdaderos actores del proceso de gobierno y sus propuestas favorecidas en las urnas. Como actores estamos llamados a hacer y ser protagonistas para aplaudir y para juzgar el accionar de los gobernantes en la construcción del bien común.
Finalmente, estamos convocados a construir ciudadanía y obras, y eso nace desde la cabeza que regenta la función y administra los recursos de los ciudadanos que pagan impuestos y del presupuesto nacional asignado. Recordar siempre que todos seremos juzgados por las acciones buenas o malas que hagamos, no precisamente, por ser buenas o malas personas.
Buen viento y buena marea para los nuevos dignatarios.