Lenguaje, discurso y estilo

Galo Guerrero-Jiménez

Cada ser humano tiene su manera muy particular a la hora de comunicarse:  al hablar, al escribir, e incluso, al leer siempre hay un estilo muy personal para entender y para interpretar y valorar ese texto escrito. Con mucho acierto Mijail Bajtin (2011) señala que “todo enunciado, oral, escrito, primario, secundario y de cualquier esfera de la comunicación discursiva es individual y en consecuencia puede reflejar la individualidad del hablante [o del escribiente], o sea, puede tener estilo individual”.

Ese estilo individual es el que marca, desde la lengua, el ritmo de vida de ese ciudadano que pertenece a un rango de actividad determinado que se identifica por la profesión u ocupación que a diario lleva a cabo; por lo tanto, en esa actividad que ejerce ese ciudadano y todos los que pertenecen a ese campo o área de productividad social aparece un uso de la lengua muy particular que  “elabora sus tipos relativamente estables de tales expresiones a las cuales llamamos géneros discursivos” (Bajtin, 2011).

En efecto, cada esfera de actividad humana, es decir, cada área de trabajo tiene su propio género discursivo pero que es asumido por una forma de enunciación individual por cada ciudadano. La lengua, en este caso, tiene su propio repertorio de términos específicos, pero es el habla o la escritura de cada individuo la que asume a su manera ese hecho de lengua. Por eso, Bajtin señala que “la lengua surge de la necesidad de la persona de expresarse, de objetivarse. La esencia de la lengua, de una u otra forma, por uno u otro camino, se ciñe a la creación espiritual del individuo” (2011).

Sin embargo, en esa necesidad que el ser humano tiene para expresarse, a la par que aparece la grandiosidad del lenguaje para comunicarnos y robustecer nuestra racionalidad y emocionalidad desde el más pleno sentido humano, aparece también ese ángulo de vida que nos deshumaniza. Se trata de una conducta, en donde “la agresión, la competencia, la lucha, el control, la dominación, una vez establecido el lenguaje, se pueden cultivar y de hecho se cultivan en la cultura patriarcal, pero cuando pasan a conservarse como parte constitutiva del modo de vivir de una cultura, los seres humanos que la componen se enferman, se oscurece su intelecto en la continua autonegación y pérdida de dignidad de la mentira y el engaño o, en el mejor de los casos, las comunidades humanas que la componen se fragmentan en enclaves sociales pequeños en continua lucha unos con otros” (2010).

En estos casos, el intelecto humano que está llamado a producir los mejores hechos de vida, se enferma, como dice Maturana, se descompone y produce deterioro y grados de brutalidad sin nombre. El raquitismo del lenguaje, en estos casos, produce enunciados para la decadencia cultural. La palabra que es vida y comunicación pierde su sentido humano. El género discursivo que ese individuo debe practicarlo con estética y ética y desde el mejor conocimiento de la lengua ha pasado a convertirse en un instrumento de deterioro, y así se instala en esa comunidad humana, afectando, por tanto, a cada uno de sus miembros que, con preocupación, observan cómo se mancilla la mansión de lo humano en todos los frentes o áreas discursivas. Una de esas áreas, quizá la más deteriorada, es la del discurso político. Al respecto, George Steiner dice: “Los alcances del hombre tecnológico, en cuanto ser sensible a las manipulaciones del político y a las propuestas sádicas, se han prolongado considerablemente hacia la destrucción” (2013).