“EL DIOS EN QUIEN CREO…”

P. MILKO RENÉ TORRES ORDÓÑEZ

 Recuerdo que hace algunos años fue publicada una obra cuyo título resultó llamativo, tanto por su expresión, como por su contenido: “El Dios en quien no creo” de Juan Arias. Desde entonces me propuse profundizar en el interrogante que se deriva de esta cuestión: ¿En qué Dios debo creer? Ha transcurrido el tiempo y todavía sigo inquieto. Creo que debe ser comprensible para una persona cuya razón de ser se fundamenta en el amor a Dios, en la fe en Jesús, su Hijo muy amado, en el Espíritu Santo, luz y fortaleza, e inevitablemente en María, Madre de Dios y madre nuestra. Puedo acotar que el anuncio de la Buena Noticia me cautiva.

Es mi pasión, como la de muchos, con toda seguridad. En la Liturgia de la Palabra de este domingo encuentro varias claves que generan actitudes y compromisos en función de la misión de la Iglesia en el mundo entero. La primera nos la ofrece el Levítico, uno de los libros del Pentateuco que presenta un código de santidad. Dios exige que la vivamos en comunión con el prójimo. Queda lejos de amor divino cualquier atisbo de rencor o de venganza. En consecuencia, reafirmo mi fe en este Dios exigente, justo, misericordioso, sabio. Prevalece el mandamiento del amor universal auténtico, coherente, verdadero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Un concepto que va más allá de lo meramente humano y que tiene una proyección teológica trascendente. De hecho, Jesús va más allá: la amplía, aplica y ejecuta. El Dios en quien creo es el Padre que ama a todos sus hijos, sin distinción de cultura, credo, etnia o raza. El necesario salto en el tiempo nos ubica en el tiempo de san Pablo, en sus andanzas, misión y luchas, dedicado a dar a conocer a Jesús, la razón de ser de su vida. El apóstol, convencido de su fe, y de la amenaza por la injerencia de líderes que actúan con una sabiduría mundana, alerta a la floreciente comunidad cristiana a no dejarse deslumbrar por criterios antagónicos, contrarios al Evangelio. Como miembros del “cuerpo” de Cristo tienen una misión: valorar su dignidad de cara a la imagen de Dios Padre, en quien ponen su confianza. El Evangelio según san Mateo plantea una gran verdad. Es un manifiesto a favor del amor fraterno: frente a la violencia, el amor entre todos. Jesús, el maestro por excelencia, habla con autoridad y propiedad. Entregó su vida por nosotros de cara al odio que existe en el mundo. El Dios Padre, del que habla Jesús, es el Dios en quien creo profundamente. Una aparente utopía, el amor a los enemigos, parece imposible. La conversión del corazón es necesaria, desde el punto de vista del que la quiera analizar. A modo de conclusión, acentúo el argumento válido en todo tiempo y lugar que me motiva a plantear las interrogantes expuestas aquí. Dios es único, el mismo, ayer, hoy y siempre. Es Trinidad, comunidad de amor y de fe. Nunca falla. Acompaña a su pueblo, entrega a su hijo por nosotros. Su amor es solidaridad y testimonio. Nuestro Dios sin discusión. Padre nuestro del cielo y de la tierra.