Defendamos los santos granos de la Semana Mayor

Numa P. Maldonado A.

La fanesca, un plato tradicional de Ecuador, Colombia y otros países, data de la época prehispánica, cuando la celebración del Mushuk Nina o Día del Fuego Nuevo, que corresponde al Equinoccio de marzo y simboliza o conmemora el inicio de un nuevo ciclo de vida del nuevo año. Bajo el nombre quichua de “uchucuta” (granos tiernos cocidos con ají y hierbas), aprovechaba también los festejas del Pawkaar Raymy y la cosecha de granos tiernos de la estación lluviosa. Con la llegada de los españoles esta fiesta indígena se sincretizó con la celebración de la Cuaresma católica, que pone fin a la abstinencia de carne, proponiendo el uso de doce granos en honor a los 12 apóstoles y las 12 tribus de Israel y el bacalao, para exaltar la memoria de Jesucristo.

En Ecuador, la fanesca es un plato que lo esperamos todos, aunque, lamentablemente, no todos lo podamos disfrutar, porque gran parte de nuestros compatriotas tiene limitaciones económicas para elaborarlo o adquirirlo. Un sabroso y nutritivo potaje con tradición familiar, con gratos recuerdos del hogar y la familia, de la especial sazón de mamá para la fanesca lojana del Jueves Santo con “lisa” seca peruano y madre olla del viernes santo, en la mesa grande presidida por papá… Y, en las otras mesas del país, con fanescas y ceremonias típicas, con pescado o sin pescado, queso, empanaditas, huevo duro y frituras, y el recuerdo muelle de los años idos.

Cada uno de los 12 granos y varios de los ingredientes de la receta tradicional, según Primicias, tiene un significado: el choclo, representa a san Pedro, porque cada grano de la mazorca da fe de los muchos hijos y nietos que tuvo el santo; el chocho, a Judas Iscariote, discípulo que traicionó a Jesús (para purificarlo se debe desaguar durante siete días en agua de arroyo: cada día por pecado capital); la arveja (o alverja, como decimos los lojanos), a san Antonio y a su amor por la naturaleza y el trabajo de labranza (la arveja es “una perla verde que alimenta el cuerpo y da paz al alma”); el haba, a María Magdalena, la fiel discípula de Jesús; el zapallo, a san Francisco de Asís, cantor de la naturaleza y servidor de los pobres; el Fréjol: los tres tipos de fréjol utilizados a los Reyes Magos; la cebolla: a las lágrimas, derramadas por las mujeres que acompañaron a Jesús en el vía crucis; la leche y sus derivados, a san Agustín, el santo que purifica las relaciones y armoniza sabor y aromas; las hierbas aromáticas (culantro y orégano), a san Martín de Porres, santo que sanaba con agua de hierbas y raíces, emplastos y ungüentos; el bacalao, al milagro de la multiplicación de los peces por Jesús, para alimentar a las multitudes.
Los granos del Mushuk Nina o Día del Fuego Nuevo, o del inicio de un Nuevo Ciclo de Vida del Nuevo Año, en la tradición indígena, santificados por la iglesia católica y conservados por la tradición, nos señalan la importancia de una alimentación sana en estrecha sinergia con la naturaleza, para alcanzar una vida feliz. Esa buena salud, requisito indispensable en una sociedad feliz, es producto del trabajo honrado, generoso y de buena vecindad. Todo lo contario de las siniestras pretensiones de un pequeño grupo de congéneres, malvados, ávidos de codicia y poder, que, desde tiempo atrás, llevan a cabo el siniestro plan de convertirse en amos del mundo. Una de las estrategias de ese plan esclavizador es, precisamente, despojarnos de estas semillas santas, patrimonio de la humanidad y entregarnos hoy esas nuevas semillas transgénitas, engañosamente muy productivas si van asociadas a un paquete tecnológico de herbicidas y pesticidas que destruye el entorno y, sin matarnos inmediatamente, nos alargan la vida dependiente de fármacos que ellos mismos nos ofrecen…