Efraín Borrero E.
Desde que Juan José Peña, hombre progresista y eminente patriota, trajo la primera imprenta a nuestra ciudad, en 1855, se marcó una época en el desarrollo industrial de Loja gracias al espíritu emprendedor y visionario de algunos personajes cuyos nombres son dignos de rescatar.
Uno de ellos es el de José Miguel Burneo quien, por 1896, decidió viajar a Lima para entrevistarse con el ingeniero Alberto Rhor Dargot, un francés al que que el entusiasmo ardiente para conocer nuevos horizontes, lo tentaron a salir de su querida y hermosísima Francia, contribuyendo a ello las ventajosas y halagadoras propuestas para instalaciones de casas de luz eléctrica que se le hicieran de Rumanía, en Europa, y de la república de Chile; optando por esta última, como comenta el escritor Arturo Armijos Ayala. De Chile pasó al Perú llamado con igual objeto.
José Miguel tomó contacto con Rhor por sugerencia de Manuel Eliseo Samaniego. El propósito fue contratar la instalación de un molino harinero en su hacienda El Almendral, situada en el valle de Casanga, cerca de Catacocha. José Miguel le habló maravillas de nuestra hermosa tierra, especialmente de su gente hospitalaria, motivándolo para que viniera.
Ya en Loja, Alberto Rhor, quien era un hombre amable y con excelentes maneras sociales, rápidamente conquistó amistades que le abrieron sus puertas y hasta lo hacían partícipe de las distracciones y juegos que acostumbraban en sus cómodas casas. Fue justamente en ese ambiente que les abordó la posibilidad de que nuestra ciudad contara con luz eléctrica, logrando convencerlos que no era cosa imposible, dice Armijos Ayala.
Es de suponer que Rhor hablaba con propiedad y suficientes conocimientos porque esa era su especialidad. Me imagino la atención que esos amigos ponían a sus explicaciones y las mil interrogantes que pululaban por sus mentes, conscientes que en todo el país vivíamos entre mecheros.
José Miguel participó la inquietud a su hermano José Antonio que temporalmente estaba en Chile, quien le dio su incondicional respaldo. Junto con Ramón Eguiguren, puntal de apoyo en la gestión, y Alberto Rhor, recorrieron varios sitos de la urbe con el propósito de encontrar el lugar ideal para instalar la planta que genere energía eléctrica, determinándose que el sitio adecuado es el que hoy conocemos como la escalinata, en la prolongación occidental de la calle José Antonio Eguiguren, en el sector llamado “El Pedestal”, a pocos metros donde termina la calle diez de agosto, por cuyo motivo, hasta hace algunos años, se la conocía como la “calle de la luz eléctrica”.
En esa colina del Pedestal, el 01 de mayo de 1902, el Padre Dominico Vicente Revilla erigió una estatua de la Inmaculada Concepción, una imagen negra de bronce, “para que desde allí la Santísima Virgen vele por nosotros y nos sirva de atalaya contra los males que nos amenacen”, como dijo Máximo Agustín Rodríguez.
Rhor tenía soluciones técnicas para todo. Concibió que el agua para mover las turbinas podría ser captada del río Malacatos, al norte de la ciudad, en donde se construiría una bocatoma. El cauce de esa quebrada atravesaría algunas propiedades privadas hasta llegar al sitio para descender con fuerza por la pendiente de la loma y poner en funcionamiento las turbinas. Con el tiempo se la conoció como la “chorrera blanca” porque el agua se batía en el estanque construido en la parte de arriba, produciendo oleajes de espuma.
José Miguel y Ramón Eguiguren lograron reunir a veinte amigos para que escuchen a Rhor sobre los detalles del proyecto. La explicación fue satisfactoria, convincente y motivadora, decidiendo conformar inmediatamente la “Sociedad Luz Eléctrica” con veinticuatro socios, ya que se incluían José Miguel, su hermano José Antonio, Ramón Eguiguren y el propio Rhor.
Este anhelo se hizo realidad el veinte y tres de abril de 1897, mediante escritura pública celebrada ante el Escribano Fernando Palacios. El capital social fue de dieciséis mil sucres, integrado por acciones mayores de quinientos sucres y menores de cien sucres. Se estableció una duración de veinte años. Entre los objetivos constaban la instalación de una planta de luz eléctrica para dar servicio público y domiciliario, y la instalación de una fábrica de aserrar y labrar madera.
La Sociedad decidió designar primer gerente a Benigno Valdivieso, que luego fue reemplazado por Ramón Eguiguren, y a Alberto Rhor, ingeniero director. Se dispuso hacer entrega del dinero para que Rhor viaje a París a fin de contratar en la Casa Sautter Harlé la construcción de dos dínamos de corriente continua de 14KW cada uno, y que se proceda a la adquisición del terreno de propiedad de la familia Carrión, que había sido escogido por razones técnicas.
Rhor, con una alforja cargada de billetes viajó a Europa. Mientras tanto en Quito y Guayaquil no faltó quienes se mofaban de los chiflados lojanos que habitaban el “último rincón”.
Pasó más de un año sin que Rhor se reportara. Algunos socios reaccionaron exaltados diciendo que han sido ingenuos al confiar en un extranjero estafador que llegó por estos lares a sorprenderlos. Y, claro está, José Miguel tuvo que soportar toda la arremetida. Su hermano José Antonio salió al paso y con su dinero devolvió lo invertido por los quejosos, acumulando para sí la mayoría de acciones de la “Sociedad Luz Eléctrica”.
El rato menos pensado, José Miguel recibió de Rhor un mensaje haciéndole saber que está en el país con la maquinaria y que envíe la piara de mulas. Sobre el punto de arribo de esos equipos hay dos versiones: la una asegura que fue el puerto de Guayaquil, y la otra, el Puerto de Paita, en el norte peruano. Cualquiera haya sido la realidad de los hechos lo cierto es que las acémilas recorrieron grandes distancias por chaquiñanes llevando hasta Loja el sueño dorado de sus habitantes.
Luego de instalada la planta, en un acto solemne realizado en la Casa Municipal, el primero de abril de 1899, a las siete y media de la noche, con la presencia de autoridades, socios e invitados especiales, los asistentes exclamaron al unísono: ¡Hágase la luz!, como invocando la expresión del tercer versículo bíblico del Génesis, y la pequeña urbe se iluminó marcando un hito en la historia de Loja y del Ecuador, ante el asombro de propios y extraños.
El peruano Luis Boudat Lepiani, con acompañamiento de piano ejecutado por Daniel Sarmiento, entonó el himno nacional y luego el de Francia. Ramón Eguiguren dio un emotivo discurso que inundó de euforia el ambiente. Se condecoró a Alberto Rhor, quien luego ejerció las funciones de Agente Consular de Francia en Loja, y que años más tarde decidió radicarse en Riobamba.
Otros brillantes discursos vistieron de gala el acontecimiento. En uno de ellos se hizo referencia a la burla de aquellos quiteños y guayaquileños, a lo cual se respondió con las siguientes palabras: “Hémosles probado que la constancia y el trabajo se sobreponen a todo obstáculo y preocupación, y que, por lo mismo, Loja pertenece de hoy en adelante al número de aquellos pueblos para los que no existen imposibles”.
Se agradeció el apoyo brindado por el lojano Manuel Benigno Cueva Betancourt, quien ejercía la vicepresidencia de la república, y a los socios que se mantuvieron leales y brindaron su decidido apoyo para que el proyecto sea una realidad, entre los que se encontraban Ernesto Witt y Serafín Larriva.
El contrato de alumbrado público fue con el Municipio. Había inspectores que todas las noches hacían rondas para verificar cuántas lámparas estaban prendidas. Como en aquel tiempo no había medidores para controlar el servicio domiciliario, se instalaba un fusible de acuerdo al número de focos; si alguien se pasaba de vivo y ponía uno más el fusible se quemaba.
Fabián Burneo me comentó que Mariano Carrión hacía el cobro del servicio eléctrico a domicilio constatando el número de focos, y que Pepe Ríos fue el electricista que en su bicicleta se trasladaba a los diferentes domicilios para realizar reparaciones. Cuando se liquidó la Compañía se les asignó un lote de terreno a cada uno.
Fallecido José Antonio Burneo, que se había constituido en el mayor accionista de la Sociedad, heredaron las acciones sus hijos: Ignacio, Nicolás, José y Julio Burneo Arias. Dos de ellos: José y Nicolás ejercieron la gerencia de la Sociedad en diferentes períodos.
A Nicolás correspondió la liquidación de la “Sociedad Luz Eléctrica” que había concluido su ciclo de vida, haciéndolo impecablemente acorde con su bien ganado prestigio de hombre trabajador y honesto, valores que su nieto los tiene como guía de acción en la conducción de la Empresa Eléctrica Regional del Sur, institución a la que los hermanos Burneo Arias donaron los equipos con los que tiempo atrás se iluminó el camino del progreso y desarrollo de Loja.
Como homenaje de reconocimiento a la constitución de la “Sociedad Luz Eléctrica” de la ciudad de Loja, el 23 de abril de cada año se celebra en el Ecuador el Día del Trabajador Eléctrico.