Por Ruy Fernando Hidalgo Montaño
Hace unas semanas, con un familiar charlábamos sobre los silencios, establecíamos algunas diferencias y clases de silencios. El tema surgió ante un rápido viaje que habían hecho los otros habitantes de mi casa, nos dábamos cuenta de los tipos de silencios que de vez en cuando nos envuelven a lo largo de la vida, los hay, obligados, cuando alguien te pide que le guardes un secreto; o también los prudentes, cuando debes callar por no ofender a los demás; los cómplices, cuando participas de algo indebido y te quedas mudo, por no delatar a nadie.
Hay silencios dolorosos, cuando se aleja de ti una persona a la que amas, es muy duro no hablar, cuando tienes algo dentro que quisieras decir o gritar a los cuatro vientos, y sin embargo no puedes, por distintas circunstancias que te impiden hablar. Además, están los silencios impuestos por la modernidad, en esta clase, incurren especialmente las nuevas generaciones que se sumergen en su mundo aislado y silente, resulta paradójico que, en la era de la comunicación, muchas personas se incomuniquen justamente con los que tienen más cerca, su familia.
Los silencios más complicados son los del alma cuando tienes que callar sentimientos, de diversa índole, que no puedes expresar por temor a las consecuencias que se pueden desencadenar con tus palabras. Existen los silencios temporales, cuando has dejado de comunicarte con un ser cercano, y rompes el hielo luego de mucho tiempo.
Pero uno de los silencios más desgarradores son los eternos, solo sabes lo que significa extrañar a alguien, cuando estás seguro de que jamás volverás a escuchar la voz de ese alguien; están también los silencios incómodos e indignantes, que son aquellos en los que caen los políticos, cuando el pueblo que los eligió les pide cuentas de las promesas que hicieron durante las campañas y ahora se callan; los silencios de las mujeres, en su gran mayoría permanecen con la boca cerrada ante la vulneración de los derechos que les confiere la ley, mientras en otras cosas menos importantes reaccionan con furia.
Pero el silencio más aterrador, y a la vez el más sabio, es el silencio de Dios, el más aterrador porque a veces dura demasiado, según nosotros; y sabio porque Dios cuando habla por medio de sus obras en nuestras vidas, lo hace con infinita sabiduría, solo tenemos que saber interpretar sus palabras, y ser inmensamente pacientes con sus silencios. Y bien amigos míos, hasta aquí comparto esta propuesta e interpretación muy personal de los silencios y como digo siempre, cada quien tendrá la suya y muy respetable, por cierto. Me despido, hasta nuestro próximo encuentro.