Santiago Armijos Valdivieso
Otto Sonnenholzner Sper asumió la Vicepresidencia de la República el 11 de diciembre de 2018, en medio de una creciente decepción ciudadana ocasionada por la censurable conducta de quienes le antecedieron en el cargo. Su designación, aunque para muchos fue una sorpresa, dado que su imagen era desconocida para la gran mayoría -entre los que me incluyo-, generó una especie de aceptación tácita, debido a que su perfil se ajustaba a un cuadro nuevo: joven, buen comunicador, sencillo, sin pasado político y consecuentemente lejano a las conductas rastreras de la politiquería nacional.
Ya en el ejercicio del poder, Otto fue ganándose, de a poco, un espacio promisorio en un momento político difícil, gracias a su accionar: serio, respetuoso, apegado al sentido común y proclive al diálogo y a la conciliación; lo cual no es poco, si consideramos que nuestro entorno político, salvo contadas excepciones que si las hay, ha estado caracterizado por el insulto, la mentira, la prepotencia, la codicia, el doble discurso, la vanidad desmedida y los intereses ocultos y egoístas.
No digo, ni de lejos, que la corta gestión cumplida por Sonnenholzner ha sido extraordinaria, pues, si lo hiciera, a más de ser exagerado, caería en esa errónea y reiterada tendencia que tenemos los ecuatorianos para sobredimensionar las cosas, aunque, es justo reconocer que su labor contrastó notoriamente con el reprobable hacer de sus antecesores: Glass y Vicuña.
En ese contexto y pretendiendo encontrar objetividad, intentaré señalar los aciertos y las falencias que marcaron la gestión de Sonnenholzner.
Entre los aciertos, encuentro: la tolerancia a la crítica; su respeto a la libertad de expresión; sus insistentes gestiones para reparar el destruido vínculo entre los sectores público y privado; su defensa a la democracia en las gravísimas protestas desestabilizadores por la intención de eliminar los subsidios a los combustibles, que fueran azuzadas por el impresentable correísmo; y, liderar con valentía la dura lucha contra la pandemia en la provincia del Guayas, en su momento más dramático.
Entre lo que Otto queda debiendo al país está el hecho de no haber aprovechado su significativa aceptación ciudadana para impulsar, con mayor contundencia, la lucha contra los casos de corrupción producidos en el anterior y en el actual gobierno que no son pocos ni menores.
Aunque constitucionalmente, el vicepresidente debe cumplir las funciones asignadas por el presidente, nada le impedía ser más crítico y exigente al momento de desenmascarar la escandalosa y repugnante corrupción que ha rodeado las compras públicas de implementos sanitarios, en medio de la terrible pandemia que tiene de rodillas el Ecuador y al mundo.
En todo caso, al hacer las sumas y las restas, al margen de apasionamientos, y aunque no terminó su período de encargo como hubiera correspondido, se puede decir que el balance da positivo a la labor de Otto Sonnenholzner.
No sé si ello le alcanzará para ser una buena opción electoral en la próxima contienda presidencial -tendrá que pasar mucha agua bajo el puente para saberse-, pero su paso por las esferas del poder deja un sabor a que si es posible renovar el paisaje político ecuatoriano.