José Vicente Ordóñez
El 21 de enero de 1.530, un dragón sobrevoló París con tormenta y truenos, la abundancia de detalles daba verosimilitud al hecho, el cual no tardó en interpretarse como una terrible señal divina de advertencia contra los herejes que gobernaban, la noticia alcanzó gran difusión debido a las posibilidades que ofrecía la imprenta.
El registro de la publicación nos permite inferir que las noticias falsas o fake news no son nuevas, lo novedoso en el presente es la facilidad de reproducción gracias a los nuevos medios de comunicación digital y a las redes sociales, tomando en cuenta que las crisis estimula su producción, actualmente vivimos el escenario ideal para que proliferen este tipo de noticias.
El Foro Económico Mundial en 2019 catalogó a la difusión de desinformación como uno de los 10 riesgos globales más importantes del futuro próximo. Para 2022, la mitad de las noticias serán falsas y los usuarios más jóvenes y adultos tendrán problemas para discernir las fuentes confiables. En 2018, un estudio del Pew Research Center, determinó que el 62% de los adultos obtienen la mayor parte de su información a través de las redes sociales, principalmente Facebook (67%), seguido por YouTube (24%) y Twitter (9%).
Un estudio complementario publicado por el American Press Institute, al evaluar la misma cantidad de noticias reales y falsas, encontró que el contenido –en muchas ocasiones sensacionalista– de las noticias falsas, se propaga muchísimo más rápido que una noticia real; y, su rectificación (en el caso que haya), rara vez se comparte de la misma forma.
Existen ejemplos locales recientes que corroboran lo descrito, en Loja tres sucesos falsos causaron conmoción social debido a su difusión masiva principalmente en Facebook: primero, la escandalosa “noticia” de que una niña se suicidó por hambre; segundo, un presunto incidente en el cual una religiosa se encontraba con orden de captura; y, en días recientes, hablaron de una adulta mayor en condiciones de vida precarias y sin ningún tipo de atención. Los tres casos tienen un factor común: fueron desmentidos por los supuestos perjudicados después de convertirse en noticias virales; sin embargo, la difusión de esas aclaraciones fue mínima, a pesar de provenir de las mismas personas, presuntamente, afectadas.
Paul Mihailidis, en un artículo de 2018, explica que los ciudadanos comparten y perpetúan información cuestionable de acuerdo a su sistema de valores y su sobreexposición a la información, por ende, en un ecosistema mediático en el que se difunde con tanta facilidad falacias graves, se vuelve fundamental comprobar la veracidad de la información.
También, la alfabetización mediática es primordial, si las nuevas generaciones obtienen su información de redes sociales y otros recursos en línea, deben aprender a decodificar lo que leen. Un estudio realizado por Joseph Kahne indica que quienes realizan cursos sobre alfabetización mediática incrementan su habilidad para entender, evaluar y analizar los mensajes, entonces ¿Por qué no ofrecer a los niños y jóvenes las herramientas necesarias para evaluar la credibilidad de la información?
En definitiva, hoy más que nunca, es necesario empoderar a los ciudadanos y facilitarles la adquisición de las competencias necesarias para acceder, comprender, evaluar y distinguir entre noticias reales y falsas. Pero más importante aún, es el compromiso sólido y permanente que tenemos todos con la verdad, haciéndonos responsables de luchar contra la creciente tolerancia al engaño y la mentira, es imperativo tomar conciencia de este hecho, caso contrario los dragones seguirán sobrevolando nuestras cabezas.