¿Por qué desgastarse tanto en el intento de proteger el ego? ¿Por qué atesorar las ideas, las falacias, los imposibles? Si al final del sufrimiento siempre hay una puerta. Si por más hermoso que sea el castillo de arena siempre se desbarata.
En estos días que acabamos de vivir la Navidad y viene el bullado fin de año y como premio el año nuevo, no dejo de esperanzarme. Soy una soñadora —muy a mi pesar—, esto es, que aún, con el peso de tanto desbarajuste en lo cotidiano, encuentro mi estatura en el continuum implacable y colosal del humanismo, que aunque contradigan lo que es “felicidad” como realidad, puedo crear resonancias que posibilitan otra lectura, superior, más elevada, que se entiende como “la condición humana a priori”.
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