Tal como había comprobado DilmaRousseff en Brasil, Rafael Correa en Ecuador e incluso Evo Morales en Bolivia, resultaba sumamente difícil mantener unidas las dos grandes corrientes de izquierda latinoamericana a principios del siglo XXI; por un lado los que defendían un Estado intervencionista, desarrollista, para industrializar la economía, acelerar el crecimiento, crear empleo y reducir la pobreza mediante grandes proyectos de infraestructura, energía, agroindustria y minería, y por otro el movimiento social más vinculado a la economía campesina, indígena y medioambientalista, que no tenía tan claro que la panacea fuera el crecimiento del PIB.
La fiebre del cobre: la gran existencia del cobre en Apurimac en Perú y Atacama en Chile; el extractivismo continúa en toda América; el cobre es un metal muy cotizado en la vieja y sería también en la nueva era, es un excelente conductor de electricidad, habría sido el metal de la era del automóvil de gasolina, con su características y catastróficas consecuencias para el clima; un coche eléctrico, necesario para afrontar el reto del cambio climático, lleva más de 30 kilogramos de cobre; y todas las líneas eléctricas de los trenes de la nueva era también estaban hechos de cobre.
Perú viene ya proyectando un crecimiento de la producción del cobre del 95% entre 2014 y 2018; la pregunta se refiere a si esto va a acelerar la economía y si permitiría financiar programas sociales y reducir la pobreza, fue la inquietud de la prensa a los tecnócratas de la asamblea del FMI y del Banco Mundial en Lima. En octubre del 2015, que fue una reunión con una fuerte carga ideológica, en la que Perú era uno de los mayores alumnos del FMI, se había unido a Chile al nuevo consenso de Washington de Christine Legarde “ya no era el monstruo del pasado para América Latina”; a diferencia de sus vecinos Rafael Correa de Ecuador, Evo Morales de Bolivia, la presidenta Dilma Rousseff y por supuesto, la Venezuela de Hugo Chávez.
En Apurimac, al sur del país de Perú se prolifera la contaminación, a cien kilómetros de Cajamarca, la ciudad del norte andino donde Pizarra encerró a Atahualpa hasta que los incas llenaron una habitación de objetos de oro, el año anterior MMG habría comprado las bombas por 6000 millones de euros a la Suiza Glencore Xstrata, “hay una simetría entre poder y conocimiento y la gente se siente engañada”.
Casi 60 años después, medio olvidado el trágico golpe de Allende, la masacre neoliberal de Pinochet, y la lenta salida del miedo cotidiano a vivir en una democracia vigilada, el pueblo de Chile se había levantado en una espectacular reivindicación colectiva de cambio, fue como si alguien, quizá el fantasma del joven Ernesto Guevara hubiese quitado el velo de los ojos de los chilenos, y lo más subversivo de todo era lo mucho que Chile se parecía a Europa o a Estado Unidos, tras casi cinco décadas de “reformas reestructúrales” de las escuelas neoliberales.