¿Cómo calificar a los dos últimos encuentros de presidenciables, con miras a la renovación de autoridades nacionales en mayo próximo, el primero organizado por el Diario El Comercio y otros, y el segundo, con carácter de obligatorio, por el TSE? Yo, como muchos compatriotas y ciudadanos con algo de sentido común, no se diga por los llamados “politólogos”, me uno al gran grupo que considera que esos ostentosamente mal llamados debates, no fueron tales sino una simple exposición de propuestas con muchas coincidencias demagógicas en lugares comunes: combate a la corrupción, vacunación masiva contra la pandemia, miles de empleos, baja de intereses en los bancos, recuperación del dinero robado…, que quedaron como siempre en simples enunciados y hasta ahora no sabemos cómo se podrán cumplir. De esta apreciación general hay, sin duda alguna, unas dos o tres excepciones de candidatos (de los 16), que destacan del montón, porque presentan propuestas razonadas y realizables en sintonía con el momento económico social del país y el mundo; candidatos que, curiosamente, no ingresan en la lista de preferencias en las encuestas, las mismas que también resaltan un 50% de indecisos.
Todo esto señala lamentablemente que seguimos siendo un país inmaduro, con una mayoritaria población que elige más emocionalmente que por razonamiento, que elige irresponsablemente. El número de candidatos (un record a nivel regional y mundial), la incapacidad de las actuales autoridades del Sistema Electoral Nacional, la organización de debates presidenciales poco serios… y una población con pésima memoria, muy poca formación política y hasta fundamentalista en un porcentaje significativo (sin capacidad de distinguir entre el buen candidato y el demagogo, oportunista y/o cínico), entre otras consideraciones, son una prueba fehaciente de nuestra endeble democracia. Y esto, centrándonos en el tema, es lo que indigna: frente a un proceso tan crucial para el destino de Ecuador, como son las elecciones de febrero próximo, no somos capaces de organizar un evento donde podamos tener la oportunidad de, por medio de verdaderos debates y confrontación de ideas, elegir a un mandatario honrado y probo que señale el camino para salir de la crisis que nos agobia.
Porque lo mínimo que se puede esperar de un DEBATE, no se diga de éste entre postulantes a la presidencia de un país, es que sirva para conocer a los candidatos no sólo por su bonita cara o su sonrisa fingida, sino por su preparación y capacidad para pensar y proponer soluciones útiles y factibles de realizarse; y para interactuar con el grupo. demostrando dominio de emociones, conocimientos y madurez. Y en el presente caso, dado el gran número de participantes, exigir repuestas concretas a los cuestionamientos de los entrevistadores (algo que brilló por su ausencia), sobre temas claves. Si un debate se reduce a facilitar la simple exposición no razonada y le falta el complemento de análisis de cómo realizar la propuesta, el pseudo debate debería llamarse baratillo de ofertas o concurso de propuestas demagógicas. Y lo más grave: hacen coro a la mediocridad e improvisación, e impiden conocer a los más preparados y solventes.
Sin embargo, reconozco que estos “debates” nos permitieron: 1) identificar por los nombres a la mayoría de candidatos, donde resalta una solo mujer; y 2) dieron una pista que nos orienta por quién no hay que votar