Escribir para vivir

La palabra genera vida, es fuerte y poderosa. En las primeros capítulos del libro del Génesis, en el horizonte del Antiguo Testamento, nos encontramos con esta verdad. Yahveh, Dios, crea todas las cosas por amor. Al hombre lo crea a su imagen y semejanza. “En el principio…”. “Dijo Dios…”. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre…”.

Hablando en un lenguaje antropomórfico, los sentidos de Dios transmiten su mensaje de amor. “Vio Dios que era bueno..”, es una apropiación de su cercanía con el hombre, la obra perfecta de su creación. En la profundidad del mar del Nuevo Testamento, la Palabra, adquiere actualidad. Pasamos de la promesa al cumplimiento. Las primeras palabras del Evangelio de san Juan son signo y misterio: “En el principio existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. Dos mundos, dos principios. Dos semanas, una judía, y otra cristocéntrica. Una sola verdad: Cristo es el centro de la historia, de todo. El Logos, Verbo Encarnado, palabra y presencia viva. La Biblia es Palabra de Dios. Al respecto enseña san Agustín: “Dios habla al modo humano”. Con su palabra escribe la Historia de la Salvación, una Teología de la Historia. Un mensaje de amor de Dios a los hombres. Valoramos la Sagrada Escritura porque cada letra revela una intención trascendente, porque es Dios quien decide hacernos sus hijos. La palabra, bíblicamente reflexionando, es la vida divina presente en la historia del hombre. La Biblia, enseñan los maestros judíos, es un río que se desborda. Tiene setenta caras, es decir, es perfecta en su mensaje y en su interpretación. Siempre tiene algo nuevo que enseñarnos. Por todos estos argumentos, reafirmo mi idea, es muy importante escribir para vivir. No es facil escribir. Tampoco, entender lo que escribimos. Hay que aprender a leer para interpretar cualquier tipo de escritura. En mis años de estudiante, en el Colegio, mis maestros me enseñaron a amar la literatura en algunos géneros: poesía y prosa, preferentemente. Perdí el miedo a publicar mis poesías en los periódicos de la ciudad, valoré la osadía de participar en los concursos que organizaban las emisoras de radio, Centinela del Sur y Luz y Vida, de mayor audiencia en aquellos hermosos años ochenta. En cada palabra escrita, transmitimos vida. En cada expresión nace nuestra identidad, nuestro “yo” tan íntimo e influyente. Vivir y no escribir, significa transitar en una estepa, donde la esperanza tiene el color de la oscuridad y el espíritu del no ser. En este tiempo, en el que la muerte está tan cerca, y la vida parece una quimera, la palabra nos devuelve la alegría de encontrarnos. La calidez de un abrazo y la reciprocidad de un sentimiento son la respuesta a lo que somos. La Biblia no es palabra muerta. De hecho, Dios se hizo vida para cada uno de nosotros. Nuestro mundo, es la mejor escuela en la que aprendemos a buscar los caminos que nos colocan en el lugar que merecemos. La pandemia no tiene argumentos para cerrarnos el acceso a nuestro edén.