No estamos solos

Un estudio reciente, realizado por una prestigiosa empresa española, analizó mediante técnicas de Inteligencia Artificial más de 50 mil fotografías publicadas en Instagram. El análisis mostró que el 70% de las fotografías consideradas eran selfies y fotografías de gente sola; en dichas selfies, la gente sonreía poco. Las fotografías grupales, cubrieron el restante 30% y mostraron gente mucho más sonriente.

Las redes sociales se han convertido en un medio para interactuar con las personas del entorno y varios estudios demuestran que en ellas se presenta una especie de realidad paralela que no corresponde necesariamente a la vida cotidiana de los usuarios, los que muestran una imagen de éxito, de felicidad, de estabilidad, que en ocasiones dista mucho de la realidad que experimentan.

Si el afán es mostrar la mejor versión; entonces, ¿porque la mayoría de las publicaciones corresponden a gente sola que sonríe poco?

La soledad puede definirse como la vivencia subjetiva de falta de conexión con los demás, tanto en cuanto a la cantidad de relaciones sociales como la calidad de estas. Lo paradójico de la soledad es que muchas veces es disfrutada, pero otras veces es sufrida, es decir, que no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Extrañamente las personas pueden padecer de soledad en su vida, incluso cuando se encuentra rodeado de muchas personas.

Si bien un tiempo a solas puede ser beneficioso cuando las personas toman un espacio para si mismos, para meditar sobre el rumbo de su vida, para conversar con el Creador; la soledad originada en el autoaislamiento rompe toda comunicación, entraña depresión, conduce a malas decisiones.

Ante un escenario de soledad la respuesta del Señor es clara, tajante: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41). Romper la desconexión con el entorno requiere de un esfuerzo individual, pero no en solitario, pues el Señor está con nosotros ayudándonos en todo momento, sosteniéndonos.

Quedarse anclado a lo que motivó el autoaislamiento y la soledad no es una opción, es imperioso avanzar, como decía el apóstol Pablo “olvidando lo que queda atrás, voy hacia adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3). Siempre podremos poner nuestras cargas delate de Él: “clama a mi y yo te responderé” nos dice (Jeremías 33). Confía, para la soledad, Cristo.