La fórmula de la felicidad

David Rodríguez Vivanco

Podemos lanzarnos a establecer la fórmula de la felicidad. Una receta que la sintetice y nos ayude a entenderla o detectarla, porque un hecho real es aceptar que existe mucha gente feliz y existe gente que incluso sabe que lo es.

La RAE define la felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física. La Universidad de Oxford completa esa definición describiéndola como un: estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno.  Al parecer los lingüistas y las academias explican la felicidad a través de la idea de satisfacción, y quizás sea parte de la molécula de la felicidad y debemos tenerlo en cuenta a la hora de analizarla, pero limitarnos a dicho término convirtiéndolo en sinónimo es coger con pinzas el modelo; además, nos obligaría a entender, por otro lado, la insatisfacción como tristeza.

En cualquier caso, la idea de satisfacción física, del goce, del deseo y el disfrute, tal y como se contempla en estas definiciones, nos invita a hacer una necesaria distinción entre el placer y la felicidad; porque placer y felicidad no son lo mismo. La diferencia es por un lado conceptual y por otra neurofisiológica, ya que participan diferentes áreas del cerebro, diferentes hormonas y neurotransmisores.

El placer como goce o disfrute físico está regido por la dopamina que estimula nuestro sistema de recompensa para reforzar ciertas conductas elementales como la supervivencia, la reproducción, etcétera. Es una efímera llamarada de potencia variable que excitan nuestras neuronas y nos brinda una grata sensación; cuánto más se acostumbra nuestro cerebro a su presencia, cuánto más nos aceleramos en la rueda del placer, más estímulo necesitamos para satisfacer el impulso, una necesidad que surge y requiere atención a corto plazo con una urgencia cada vez más acuciante. De forma que podemos concluir que la dopamina en sí misma, es una hormona adictiva, ya que, en un escenario de bajo control de impulsos, nos orienta desde el hedonismo hasta la adicción en una amplia escala de grises.  

Al pensar en placer y adicción podemos imaginarnos a personas que sucumbieron a la rueda de la dopamina. Sin pensar, que esta también se dispara con los “me gusta” y los “seguidores”; azúcares, videojuegos, plataformas de streaming; el consumo de material pornográfico, etcétera. Vivimos en la cultura del placer, o mejor dicho, en la cultura que busca la felicidad a través del placer con el consumo comercial físico o de experiencias de contenidos y productos.