Insensatos

Fernando Oñate

Un hombre rico tenía un terreno que le había producido muy buena cosecha. Y se puso a pensar: “¿Qué haré? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después de pensarlo dijo: “Ya sé lo que haré. Derribaré mis graneros y construiré unos más grandes, donde pueda guardar toda mi cosecha y mis bienes. Entonces diré: Alma mía, ya tienes muchas cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y disfruta de la vida”. Pero Dios le dijo: “¡Insensato! Esta misma noche perderás la vida. ¿Y quién disfrutará de todo lo que has guardado?” (Lucas 12).

El Evangelio de Lucas registra esta historia contada por el mismo Jesucristo, una historia que refleja en gran medida las intenciones de la mayoría: acumular riqueza para luego “disfrutar de la vida” y si bien es lícito anhelar un crecimiento económico, “el amor al dinero es la raíz de todos los males” (1 Timoteo 6).

La situación que vive nuestro país es preocupante, se experimenta una escalada del sicariato, la extorsión e inclusive ha habido episodios macabros nunca antes vistos . Las versiones policiales atribuyen estos hechos a disputas territoriales entre bandas dedicadas al tráfico de sustancias ilícitas.  Estas acciones tienen amplia repercusión y la sociedad en general sufre las consecuencias. Aparentemente, quienes integran dichas bandas experimentan un profundo amor al dinero. Me surge la duda: ¿Por qué estas personas acumulan riquezas a tan alto costo y riesgo, si su expectativa de vida es mas bien corta? ¿Quién disfrutará de todo lo que han acumulado?

Jesucristo nos advierte “guárdense de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12). El Señor, al ser un Juez Justo, “pagará a cada uno conforme a sus obras” (Romanos 2), ejemplos de esta verdad abundan, incluso algunos son mostrados en series televisivas y películas.

Nosotros, los que somos meros espectadores, confiamos en que “nuestro escudo está en Dios, pues Él salva a los rectos de corazón” (Salmos 7), “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmo 147) y aunque el panorama luzca obscuro, confiamos pues “nada hay imposible para Dios” (Lucas 1). El llamado del Señor es claro: “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7). Los que queremos una tierra sana indudablemente somos más; aquellos que buscan lo contrario, son insensatos.