El compromiso de profundizar e ilustrar nuestro entendimiento

Galo Guerrero-Jiménez

Es tan satisfactorio asumir conscientemente que la función simbólica, axiológica, estética, ideológica, hermenéutica, pedagógica, social, cultural, política, cognitiva, lingüística y comunicativa que cumple la lectoescritura, es de enorme trascendencia para que un ciudadano pueda desenvolverse con solvencia en calidad de estudiante, de profesional, de investigador o en el ámbito de cualquier ocupación que modestamente asume en su vida diaria.

Pues, su formación educativa en calidad de autodidacto, es mucho más enriquecedora que la que se puede recibir en la educación escolarizada y universitaria, porque a este ciudadano le interesa leer desde su mejor agrado personal, quizá porque se sintió motivado por alguna temática de su agrado o quizá defraudado de un sistema educativo que no le permitió llegar a descubrir que la información que consta en un texto escrito determinado, bien pudo convertirse en un caudal de conocimiento y de sabiduría para adentrarse en el mundo, en la realidad convergente para encontrar, no tanto respuestas, sino preguntas, sugerencias e ideas que en estado de gracia se le presentan como las más idóneas, las más significativas y coherentes para posesionarse de ese mundo que le llama para que asuma un compromiso de vida ante la sociedad con nuevas ideas, con nuevas propuestas para aprender a trabajar con el máximo potencial de su compromiso humano.

Nuestra cognición mental nos exige que aprendamos a verter lo mejor y más granado de nuestra condición humana, pero si no tenemos ideales de vida, propósitos altivos ni proyectos formativos que nos promuevan con alcurnia a lo promoción de lo más significativo que cada individuo debe portar personalmente, el ansia de conocer y de saber languidece, y ahí aparece el peligro de verter cualquier tipo de ideas y asumir comportamientos que no siempre son los más significativos para actuar con responsabilidad ante la sociedad.

En este contexto, los libros y los artículos que de toda índole científica y humanística se publican en físico y en infinidad de revistas especializadas e indexadas virtualmente, si se los lee con el mejor condimento de nuestro interés, nos ayudan en la formación de nuestra educación lingüística, estudiantil y/o profesional. Por supuesto que, hoy en día, “la lectura de textos genuinos y diversos sin ninguna mediación didáctica es la propuesta; son los docentes [en su más alta calificación profesional] quienes construyen dicha mediación, según sean los entornos socio-culturales de la escuela y según sean sus propias fuerzas intelectuales y su identidad profesional con la pedagogía” (Lomas y Jurado, 2015),  la que logrará la atracción, en este caso, del alumno, para que se acerque a la lectura  no forzada de un texto que le ayudará a localizar y a disfrutar de  nuevas experiencias de aprendizaje y de conocimiento y que, ante todo, lo encaminarán al logro de una autodisciplina, ya no para cumplir meramente con una tarea escolar, sino para trabajar por el mérito de su propia realización personal, con satisfacción, puesto que, como señala Adler: “Todos nosotros, profesionales y no profesionales, estamos perpetuamente empeñados en la tarea de profundizar nuestro entendimiento del arte” (1983), de la ciencia, del humanismo, de la cultura.

Y quizá, esta falta de ilustración de nuestro entendimiento nos está llevando a lo que señala Pinker: “La segunda década del siglo XXI ha asistido al surgimiento de movimientos populistas que rechazan abiertamente los ideales de la Ilustración. Son tribalistas en lugar de cosmopolitas, autoritarios en lugar de democráticos, desdeñosos hacia los expertos en lugar de respetuosos hacia el conocimiento, y nostálgicos de un pasado idílico en lugar de esperanzados respecto de un futuro mejor” (2021). La palabra, en estos casos, aparece sosa, barata, atrabiliaria, desdeñosa y cruel.