La lectura debe ser una experiencia afortunada

Galo Guerrero-Jiménez

La lectura es el soporte esencial sobre el cual la educación formal se afina, se afirma, sostiene  y contribuye a la formación integral del educando para que pueda incorporarse a la sociedad, a la familia, al trabajo, a la cultura… con todo su bagaje de conocimientos, de capacidades, de destrezas y, sobre todo, con todo el componente humanístico y científico que debe caracterizarle al escolar, de manera que cuando sea profesional,  esté preparado para asumir la vida desde su mejor expresión intelectual,  con un aporte creativo, investigativo, solidario, comunitario, para que desde su formación esté en condiciones de solucionar con pertinencia y moral cívica los problemas que a diario el ser humano los vivencia.

La lectura es, por lo tanto, el condimento intelectual que nutre la mejor expresión de la vida humana. Por eso se necesita –fundamentalmente- docentes que sean maestros en el arte de la lectura, no para transmitir conocimientos, sino para que sean mediadores ante sus alumnos al estilo de lo que sostiene  Thomas Pavel: “Leer tiene que ver con la libertad de ir y venir, con la posibilidad de entrar a voluntad en otro mundo y salir de él” (2009)   nutridos de esperanza, de confianza, de ideas creativas y ante todo con unas ganas infinitas para contribuir al desarrollo armónico, pacífico y de bien vivir con el que debe aprender a convivir nuestra naturaleza humana.

En este orden, la lectura no tiene que ser un adorno o un pasatiempo inútil o de mero cumplimiento de la educación formal; es la viva esencia de la formación, de la salvación intelectual y formal de cada individuo letrado, es decir, del maestro y del alumno que aprende a formarse como sujeto humano desde un mediador y promotor lector que sabe que su bagaje de conocimientos pedagógicos, científicos y humanísticos  encaminan  a su pupilo a apropiarse del texto, de la lectura, de su letras, de sus símbolos,  de sus  imágenes, en un medio para manifestar no lo que contiene el texto, sino para aprender a salir del caos, de las desilusiones y de los  avatares de la vida.

Desde esta óptica, la lectura nos enseña a instalarnos como personas robustas de buenos sentimientos, de buenas emociones, de buenas acciones; y, ante todo, para que nuestro ser no se quede muerto en vida, sino con ganas y deseos enormes, ahora sí, de hacer bien, por ejemplo, una tarea educativa no por cumplimiento sino porque se me ha dado una oportunidad para demostrar lo más granado de mi condición humano-intelectual.

La lectura, por consiguiente, debe ser una experiencia afortunada, incluso, “sea cual sea el medio en que vivimos y la cultura que nos vio nacer, necesitamos mediadores, representaciones, figuraciones simbólicas” (Petit, 2009) para que  ese mundo de letras leídas desde la motivación más profunda nos permita asumir nuestras prácticas culturales desde la búsqueda y construcción de nuestro propio camino, en el cual nos demos cuenta que, desde esta actitud, nos sentimos a gusto y que, por ende, nuestros proyectos de vida bien pueden ser asumidos para la validación de nuestra historia con estos seres –los libros-  que están muy cerca de uno, atentos, listos para su contribución en la realización de nuestra vida interior.