La ciudad condal de Barcelona

Santiago Armijos Valdivieso

Mi sueño de conocer España se había escurrido por muchos años hasta que al fin logré cristalizarlo un domingo 20 de febrero de 2022, cuando pisé, por primera vez, el suelo de la ciudad de Barcelona, luego de un largo viaje aéreo desde Quito, de algo más de doce horas. Lo hice con enorme expectativa y, como lo esperaba, fui deslumbrado por toda la historia, arte y cultura que en esa metrópoli europea se guarda desde hace siglos. Aterricé por la noche en su moderno aeropuerto “Josep Tarradellas” (político catalán que presidió el Gobierno de la Generalitat de Cataluña entre 1954 y 1980 -hasta 1977 lo hizo desde el exilio-). Tan pronto caminé por sus coloridas y limpias instalaciones escuché el melodioso idioma catalán, que a mis oídos sonaba como una agradable mezcla de castellano, francés e italiano. Una frase que insistentemente se repetía era la de: “és obligatori l’ús de la màscareta”, pues, continuaban las medidas sanitarias en tiempos de la pandemia covid-19. Llegar a Barcelona fue especialmente emocionante porque me recibió, como afectuoso anfitrión, mi hijo Santiago.

La movilización desde el aeropuerto hasta mi sitio de hospedaje en el barrio Putxet fue perfecta. Lo hice en bus y metro con orden, puntualidad y limpieza, tan característico en los países del primer mundo. El sitio inicial de importancia que conocí fue Plaza Cataluña, un espléndido espacio de cinco hectáreas en el que se une el casco viejo de la ciudad con el ensanche moderno de la misma, en la que miles de personas se congregan a diario para transitarla o merodear turísticamente por sus alrededores llenos de estatuas y monumentos majestuosos, propio de una urbe de referencia arquitectónica mundial. Pero si de espléndidas edificaciones hay que hablar en Barcelona debo referirme a la Basílica de la Sagrada Familia. Se trata de un deslumbrante templo religioso en cuyas paredes de piedra se ha esculpido, con grandeza e inigualable precisión y hermosura, los principales pasajes de la biblia. Este soberbio monumento, concebido con el material con el que se tejen los sueños, fue creado por Antonio Gaudí a finales del siglo XIX y se estima que hasta el año 2026 podría estar completamente terminado, luego de 136 años de incansable y admirable construcción. Se dice que cuando el genio Gaudí proyectó la catedral, supo que no le alcanzaría la vida para ver culminada semejante obra, por lo que dejó modelos tridimensionales para que los continuadores de su proyecto entiendan con exactitud su visión artística. Eso es lo que ha sucedido y se aprecia por parte de miles de visitantes de todos los confines del mundo. No exagero si digo que al ingresar a las entrañas de la obra y contemplar sus bóvedas, puertas, paredes, columnas, pisos, techos y vitrales; sentí la espiritualidad de lo perfecto, de lo bello y de lo grandioso. Dispuesto a conocer los sitios catalanes más atractivos visité Montjuic, una montaña de 177 metros sobre el nivel del mar que alberga un hermoso castillo que fuera una antigua fortaleza militar del ejército español, y hoy, un precioso templo de cultura compuesto por un museo etnológico y de culturas del mundo, por un deslumbrante jardín botánico y por un añejo castillo de ensueño desde el que se contempla la imponente Barcelona. Fue para mí una preciosa experiencia conocer el Castillo de Montjuic porque desde hace tiempo me había seducido la tetralogía de novelas El cementerio de los libros olvidados del extinto escritor catalán Carlos Ruíz Zafón, cuya tercera parte El prisionero del cielo hace de principal escenario al Castillo de Montjuic, en el que el personaje David Martin (escritor apodado el prisionero del cielo) es encarcelado por ser contrario a la dictadura de Francisco Franco y obligado a reescribir la obra de su captor Mauricio Valls, un oscuro espadón de insuficiente destreza literaria,  bajo amenaza de muerte a Isabel Gispert y al hijo de esta: Daniel Sempere; el gran protagonista de todas las cuatro novelas. Mi manía de subrayar los mejores pasajes de los libros me ayudó en el recorrido del castillo de Montjuic, al punto de lograr unir el mundo inventado de la tinta y el papel con el de la tierra y la realidad. A propósito del tema literario, en una ciudad como Barcelona que ha sido y es el epicentro de la producción librera en lengua española dado que ahí se asientan grandes editoriales como Planeta, Anagrama o Tusques, entre otras; tuve una inmensa satisfacción. Sucede que al visitar una de sus más importantes librerías (La Central), en medio de miles de volúmenes y sobresaliendo en un aparato giratorio para promocionar libros recomendados, reposaban con luminosidad: Débora, Un hombre muerte a puntapiés; y, Vida del ahorcado;obras cumbre de la literatura lojana, escritas con la magia vanguardista e inigualable del gran Pablo Palacio; seguramente, el escritor más destacado del Ecuador y, posiblemente, entre los mejores de tierras sudamericanas. Hablando de ingenio e imaginación, tuve una extraordinaria experiencia pictórica gracias a la generosa invitación de mi amigo Carlos Ferrer Hammerlindl (brillante literato español), quien vivió algunos años en Loja y colaboró con talento y aguda inteligencia en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja (actualmente lo sigue haciendo desde tierras españolas con artículos literarios para la Revista Suridea). El evento se trató de una exposición inmersiva al mundo de Vicent Van Gogh, en la que, en una sala de trescientos sesenta grados de visión, se proyectó el mundo pictórico del controvertido genio holandés de una oreja, en el que se reprodujo, mediante imágenes activas, sus preciosos e impresionantes cuadros, llenos de tonos azules y amarillos en los que priman la redondez, el misterio reconfortante, el amor al firmamento y la perfección de los colores y de las formas. El espectáculo se dio en la cúpula del Centro Comercial Las Arenas (ubicado frente a la Plaza España);un viejo y llamativo edificio cilíndrico construido en el año 1900 para albergar una inmensa plaza de toros que cerró sus puertas a la tauromaquia para luego abrirlas al comercio y a la cultura. Para intentar conocer una ciudad resulta indispensable probar su gastronomía. Por ello acudí al Mercado Municipal San José, conocido popularmente como La Boquería, en el que los sabores del mediterráneo y de la regia España, alzan sus índices para espetar que están dispuestos a codearse con los mejores manjares del mundo. Probé algunos, pero las aceitunas de todo color y tamaño, las merluzas, el jamón de bellota y la dulce crema catalana; definitivamente son mis preferidos. Como si esto fuera poco, este templo gastronómico se ubica en Las Ramblas, uno de los lugares más hermosos y concurridos de la ciudad. Se trata de una avenida peatonal de uno punto tres  kilómetros que une  la Plaza de Cataluña con el puerto viejo de la urbe, en las que miles de personas, de todos los rincones del planeta, disfrutan del seductor ambiente catalán, del arte callejero y de las acogedoras terrazas que incitan a la bohemia, al vino, a las tapas, a la charla y a la amistad. Por todo ello, ahora entiendo cuánta razón tuvieron varios de los jinetes del boom literario latinoamericano de enamorarse perdidamente de la ciudad de los condes y fijar allí, en los años sesenta, la nueva capital literaria de Latinoamérica. Esto es tan verdadero que, respecto al amor recíproco entre Barcelona y Latinoamérica, el periodista catalán Xavi Ayén, en su libro Aquellos años del boom: García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo, dice con precisión y emoción: “La ciudad de la que hablo (Barcelona), mi ciudad, empezó a cambiar a finales de los años sesenta, cuando en el Aeropuerto de El Prat aterrizó el boom casi al completo. Las calles se llenaron de latinoamericanos y, aunque tenían mil oficios —cada uno practicaba varios—, bastantes llevaban una novela en medio escribir en la maleta. (…) Sus calles parecían un animado Monopolio del canon latinoamericano. Un tablero en el que se cruzaban los residentes Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Jorge Edwars, Alfredo Bryce Echenique, Rafael Humberto Moreno-Durán, Nélida Piñón, Óscar Collazos, Mauricio Wacquez, Cristina Peri Rossi, Ricardo Cano Gaviria y visitantes habituales como Julio Cortázar —que bajaba de una traqueteante furgoneta desde París —, Carlos Fuentes —siempre con alguna mujer colgada de su brazo—, Octavio Paz —recién desterrado de la India —, Plinio Apuleyo Mendoza —que acudía desde su casa en el pueblecito mallorquín de  Deià—, Borges  —que comentó ‘hace mucho frío’, sorprendido al ver que a la ciudad no le mecía un clima tropical —, Pablo Neruda —que llegó de incógnito para evitar las suspicacias del régimen — o Álvaro Mutis”. No sé si Barcelona es de las tres metrópolis más hermosas de Europa porque conozco muy pocas, pero si puedo decir que es una ciudad preciosa, especialísima, que enamora al visitante, cada día y por todas partes, hasta convertirlo en su amante para toda la vida.