David Rodríguez Vivanco
La lengua y arte aborigen estaban dictados y trazados en escalas cósmicas, pudieron sobrevivir a la desnutrición y el vandalismo ibérico, aunque nuestros maestros de historia y sus alumnos no han hecho más que respetar elecciones amañadas y al servicio de los Reyes de España y de Roma, es urgente desplazar a algunos estudiosos de historia que se han constituido en sirvientes de culturas foráneas, soslayando a la nuestra.
Hay que analizar la obra engreída de esos literatos de corcho que viven siempre flotando. Hay que salvar a nuestra autoctonía de ciertos prejuicios y llenarnos de orgullo, por lo que fue la cultura preamericana antes de los genocidios conquistadores. Salvemos a la historia de la cultura de lodo que han acumulado los historiadores colonialistas y de los que ha estado y tiene compromisos de bastardía. Hay que triunfar en el duelo con el proceso literario capitalista dirigido por los caciques intelectuales. La literatura burguesa está en decadencia porque sus intereses sectarios individuales así lo permiten; está en agonía lenta cómo lo están los grupos de dónde procede. La literatura para el pueblo ha de triunfar porque logra conciencia clasista y porque llega al 80% de los pobladores y fecunda el instinto de solidaridad entre los hombres.
Cronistas españoles, soldados, conventuales y aventureros nos han brindado crónicas que, revisándolas bien, pierden su autenticidad histórica. Exceptuando a Cieza de León, todos formulan conceptos de referencia y tienden a que los engreimientos de casta y religión perdure. Decía el escritor peruano Álvaro Camino: “es importantísimo conocer primero el pensamiento filosófico del indio americano. Sin ese conocimiento, lo demás es majadería”. Muchos historiadores ignoran que el indio preamericano se postuló política y filosóficamente como cósmico, es decir, que él estaba en todo, en el aire, en el agua, en el fuego, los vegetales, la tierra, y que era también la estrella más lejana. Estos razonamientos nos hacen pensar en que nuestros orígenes étnicos, antes de las conquistas, no conocieron la esclavitud, el feudalismo, ni el capitalismo.
Desde el país azteca hasta las tierras araucanas, los testimonios arqueológicos nos demuestran que nuestros primitivos pueblos sabían de donde venían y a donde iban. No enseban a matar, pero si a castigar al injusto. América era unida por su organización colectivista y sus sentimientos religiosos morales. Las variantes idiomáticas prueban que parten de un mismo tronco etnológico y que cada nación talló su idioma conforme a las variantes geográficas. Llegaron a un comunismo cósmico, con el auxilio de su ciencia y tecnología naturales.
¿Qué hicieron los encomenderos para obtener las encomiendas? Hacer lo que se ha dicho y desfilar lo más empingorotado y tieso de su descendencia, con su capa de pesado paño de Segovia y Barragán impermeable, ante los estratos del Rey.
Siguieron hablando en parábolas y empezaron a empotrar los blasones en las cosas señoriales. La desgracia fue común en los pueblos del nuevo continente. A la pobreza y el despojo fueron condenados por la nueva civilización y por unos doctrineros que sólo enseñaron a desgranar oraciones. La cultura del hispano invadió a la del runa para destruirle poco a poco, conforme destruía el idioma nativo y se imponía el castellano.
No encontraron a los conquistados con taparrabos, sino mejor vestidos que los chulos de Andalucía, manejando telares y haciendo obras de orfebrería y cerámica. Aquí renovaron sus aparatos los conquistadores.
Borraron al quichua, lengua que decía quiénes eran y a dónde iba, sin importarles que les entiendan los conquistadores. En lengua quichua también se vierten todos los contenidos espirituales y hasta el alma de la raza. Los quichuas, con su lengua, dieron la amistad; los hispanos, con su lengua, explotaron y odiaron.