Galo Guerrero-Jiménez
Parecería que nuestra condición humana funciona axiológica, estética y cognitivamente bien, si combinamos racional y emocionalmente nuestra inteligencia intelectual y espiritual a través de una continua energía positiva que solo florece si seleccionamos de manera pertinente las fuentes que nos irradian una serie de convicciones reconfortantes para fortalecer nuestra conciencia con ideas que uno crea que en efecto, son saludables, orientativas y que nos dan luces a nuestra curiosidad insaciable de conocer lo que somos, lo que es una cosa, un fenómeno determinado, es decir, la naturaleza en general que nos aborda en cada esquina de la vida para enfrentarla y convivir con ella desde la mejor actitud de nuestra racionalidad, la cual debe ser profundamente atropo-ética.
Pues, solo desde una posición profundamente humanística, es posible acercarnos al conocimiento, a la investigación, al trabajo, al estudio y al cultivo de nuestro mejor afecto amoroso para con todas las criaturas vivientes o no; especialmente porque “todas las criaturas vivas se dedican a la investigación constante y al descubrimiento, acumulación y almacenamiento de datos. Esto es esencial para la supervivencia de la vida (…), puesto que nacen carentes de fuentes de energía internas, que por tanto ha de ser obtenida del entorno exterior” (Hawkins, 2001), es decir, de nosotros, las personas que, si estamos formadas intelectual, emocional y espiritualmente, podemos contribuir para que las personas más débiles en su formación axiológico-hermenéutico-ecológica, puedan ser favorecidas con ese caudal de energía positiva que desde el conocimiento racional y afectivo es posible brindarles para que, bajo el cúmulo de nuestra inteligencia éticamente creativa, podamos dirigir la mirada hacia una realidad que necesita que sepamos “organizar los comportamientos, descubrir valores, inventar proyectos, mantenerlos, ser capaz de liberarse del determinismo de la situación, solucionar problemas, plantearlos” (Marina, 2000) y desarrollarnos desde una perspectiva en que sea factible el progreso humano, tratando de extinguir la angustia existencial en la que hoy viven sumidas infinidad de personas de toda condición social que no pueden aún realizarse desde el vértice de lo que auténticamente significa actuar como personas, con todas las condiciones básicas para vivir con dignidad.
De ahí que, esta necesidad de conocer y de investigar para vivir dignamente en esta era de la globalización tecnológica y virtualizada, es necesario insistir en lo que señala monseñor Julio Parrilla: “Quien escribe y quien lee siempre tendrá algo que aportar a favor de la condición humana” (2021). Nos urge, entonces, partir de esta realidad tan sana y tan creativa, y sobre la cual se sustenta todo proyecto educativo tanto escolarizado como universitario en todo el planeta. En efecto, insiste Parrilla, “la lectura, como la brújula, puede abrir infinitos caminos, sueños, vuelos y aterrizajes. Quizá por eso los libros pueden abolir las fronteras y suscitar una hermandad más fuerte que las ideologías de poder” (2021).
En efecto, el libro en sus múltiples variantes intelectuales, se convierte en una herramienta mental poderosa para apropiarnos del conocimiento para hacer de la lectura y la escritura un espacio de investigación y reflexión: digno, altivo, poético, filosófico, vivible, pero sabiendo seleccionar lo que se debe leer en tanta montaña de información que en Internet está al día. Pues, “un exceso de información sin contrastar ni verificar, sin profundizar ni asimilar, va distorsionando la realidad y, al mismo tiempo, la propia conciencia. Para mucha gente, la única manera de expandir su conciencia depende de la tecnología. La línea que separa nuestra mente de Internet y de las redes sociales se vuelve cada vez más borrosa” (Parrilla, 2021) y, por ende, muy peligrosa porque llega a desconocer el modo humano de ser persona si uno no ejerce un adecuado control sobre su racionalidad.