Las palabras configuran nuestro pensamiento y estilo de vida

Galo Guerrero-Jiménez

El deseo de vivir hace que el ser humano haga todo lo que esté a su alcance para seguir vivo y aplazar la muerte pensando a diario cómo cuidarse en la salud, en la alimentación, en el trabajo, en la familia y, por ende, dentro de la sociedad en la cual actúa; para ello, despliega todo su ingenio a fin de que esa vida sea auténticamente vivible; y, si tiene en mente robustecer su condición intelectual, como el mejor estado de salud para fortalecer su conciencia a través de su raciocinio, su emocionar y su estado espiritual para así valorar el arte, la ciencia, la cultura y todos los entramados que hacen posible un vida saludable antropológica, estética y éticamente sentida, estará en condiciones, entonces, de hacer de su cognición un emporio profundamente significativo de poder mental para alimentarse continuamente de las concepciones más ricas que axiológica y ecológicamente “la naturaleza humana puede aportar sobre el lenguaje, el pensamiento, la vida social y moral (…), y cómo puede aclarar polémicas sobre la política, la violencia, el género, la educación de los hijos y las artes” (Pinker, 2021a) en general que los grandes intelectuales, líderes, científicos y humanistas han podido crear con el suficiente talento para que la población pueda formarse desde lo más granado que la naturaleza humana le ha podido brindar para que, desde las diferentes ópticas que tiene la sociedad para vivir, el ser humano pueda planificar su corta o larga existencia en este planeta que, “hace seis millones de años un primate se puso de pie, comenzó a fabricar herramientas, a encender fuego y a cocinar, mientras su cerebro se hacía más y más grande.

Hasta que, unos doscientos mil años atrás, sus células, tan hiperactivas como de costumbre, aprendieron a comerciar, a odiar, a amar, hasta dar lugar a lo que hoy conocemos como Homo sapiens sapiens: el hombre que piensa y sabe que piensa. He aquí dos seres humanos: uno que escribe y otro que lee” (Del Rosario, 2019)

En efecto, la más alta evolución cerebral, es el hecho de haber llegado a descubrir todo el potencial que el cerebro estructuró mentalmente para  llegar a  leer y escribir desde el mejor estado de su inteligencia, para hacer del lenguaje, el arma mental más efectiva para que la comunicación nos ayude a  vivir bajo los parámetros que la hermandad universal exige para seguir existiendo  con el membrete de homo sapiens, que lo que ha hecho es empoderarse del lenguaje; ante todo porque “las palabras representan las experiencias sociales y personales, transmiten nuestra cultura, enuncian nuestros deseos y configuran nuestro pensamiento. Se tiene determinado pensamiento porque se poseen unas palabras y no otras. Lo primero es la palabra, y con las palabras que tenemos, elaboramos ideas, formulamos pensamientos, construimos una visión del mundo” (Pradelli, 2011), y con esa visión actuamos en él para poder vivir mejor.

El lenguaje, por lo tanto, desde la palabra oral, escrita, leída, escuchada y gestualizada se manifiesta de conformidad con el foco de atención que desde el desarrollo de nuestra conciencia podamos brindarle para actuar ante el mundo con esa visión tan personal que vamos creando con el fruto de nuestra experiencia y, en especial, “cuando reflexionamos sobre la atención, se torna evidente que en nuestro día a día damos por sentado su trascendental rol ya que es lo que nos permite abrir la puerta para acceder al mundo que nos rodea” (Manes y Niro, 2018), y en medio de una gran avalancha de información que, gracias al cerebro, cuyo “sistema nervioso no es rígido, es plástico y flexible, es un sistema dinámico que se transforma y evoluciona a lo largo del tiempo” (Ortiz Ocaña, 2015); lo cual ha permitido que a esa información la volvamos conocimiento, con lo cual es posible darle un sentido y un significado adecuado a nuestra existencia.