Un siglo del natalicio de Jorge Valdivieso Moreno

Por: Santiago Armijos Valdivieso

La verdadera impronta de una ciudad está dada por la forma de ser de sus vecinos, y especialmente por la de aquellos que desafían la inexorable cabalgata del tiempo. Es claro que las personas que más trascienden, indistintamente del rol que cumplen, son aquellas que, con su ejemplo, dejan enseñanzas de comportamientos positivos para enaltecer y bregar por una mejor convivencia social.

Nuestra querida ciudad de Loja ha sido, y sigue siendo, muy pródiga en ello; gracias a que su tejido social está formado por una notable lista de personajes que han permitido que tenga un rostro surcado por los buenos vientos de la amistad, el respeto y el sano orgullo por la patria chica.

En ese contexto, y al igual que lo han hecho muchas familias lojanas al momento de recordar fechas simbólicas que estampan el inicio o el fin de sus antepasados que han trascendido y aún viven en la memoria colectiva de Loja; intentaré hacer lo propio con la evocación de mi abuelo: Dr. Jorge Valdivieso Moreno, al cumplirse cien años de su nacimiento, y, casualmente, bajo la circunstancia de que el cabildo de Loja resolvió perennizar su nombre en una de las calles del vecindario. Empiezo entonces.  

Nació en Loja, el 28 de septiembre de 1922, como fruto primero y esperado de la alianza sagrada, y para siempre, del Dr. Sebastián Valdivieso Peña y de Doña Julia Antonieta Moreno de Valdivieso.

 Sus primeros años estuvieron marcados por el recto ejemplo de su padre: un destacado jurista, senador, primer personero municipal, hombre público y brillante músico; y, por el de su madre: una dama virtuosa de alma transparente y de manos mágicas para la familia y el arte. Con el transcurrir de los años y con los nutrientes del saber; prodigados por la Escuela de los Hermanos Cristianos, el Colegio Bernardo Valdivieso y la Facultad de Jurisprudencia de Loja; Jorge Valdivieso Moreno fue consolidando una especialísima personalidad al servicio de la sociedad y del bien común. 

Formó, por amor, un respetable hogar, junto a una bondadosa e intachable dama: doña Yolanda Cueva Cueva; el cual, se llenó de bendiciones y alegría con la llegada de diez hijos (Sebastián, María Antonieta, Magdalena, Camilo, Pablo, Roberto, Jorge Luis, Pedro, Soraya y Calixto) y muchos nietos y bisnietos que hoy prolongan su existencia.

Como abogado probo dedicó gran parte de su vida a la digna labor del servicio público que la cumplió con estricto y celoso apego al ordenamiento jurídico y con los aditamentos de la amabilidad, el respeto, la generosidad y la solidaridad. Sirvió en el Municipio de Loja; en la Jefatura de Seguridad Provincial; en el Juzgado Primero del Crimen; en la oficina de Estancos; en el Tribunal Provincial Electoral; en la Universidad Nacional de Loja. Se desempeñó como Notario Segundo de Loja y fue, por muchos años, Registrador de la Propiedad del mismo cantón. Merece decir que la atención a la ciudadanía en la Registraduría de la Propiedad, la prestó con la ley en la mano, con inmensa gentileza por delante y, especialmente, con un persistente afán de solidaridad con las personas de menos recursos económicos, a quienes, en innumerables ocasiones, sirvió gratuitamente.

Simultáneamente a ello, siempre fue un cultor y escultor de la amistad leal, sencilla y verdadera que le regaló enormes cofres de buenos amigos provenientes de distintas generaciones: la suya, la de su padre, la de sus hijos y la de sus nietos.

Gracias a su aspecto rubio, y primordialmente, por haber llegado al mundo con el don sin límite de la agudeza intelectual para inventar, en microsegundos, bromas geniales, finas, oportunas, inigualables e inolvidables; sus amigos más cercanos y entrañables tomaban a veces prestado el apellido de un genio londinense de la felicidad para llamarlo.

A todo ello se suma una forma de ser abierta, sin poses ni vanidades, y un estrechísimo amor e identificación con Loja; lo cual, ha generado que hasta hoy se lo recuerde con aprecio y consideración, y se le guarde un sillón especial en el escenario de la lojanidad.

Las dimensiones de su carisma chispeante fueron tales: que mereció la atención generosa de la exquisita poesía de Jaime Rodríguez Palacios, uno de los mejores bardos lojanos, quién, para honrar su memoria, le escribió unos magníficos versos que, emocionado, reproduzco, íntegramente:

CARTA A MI PADRE. (A la memoria de Jorge Valdivieso Moreno – para Sebastián y Roberto Valdivieso Cueva). A media luna/ de distancia/ vives/ imaginero de mi alma/ notario de mi pena/ sabio arquitecto de la risa/. Ahí/ en la justa medida/ donde no te roba el aire/ ni la lumbre de la noche/ ni los maizales soberbios del quebranto//. Ah,/ ni la muerte/ y sus dorados y profundos peces//. Vives/ cerca del corazón/ a media luna/ de mi sueño/a media luna/ de mi pulso/a media luna/ de mi sangre//. /Vives/. Pastoreas/ el mar/ un incensario de crepúsculos/ un trigal de campanas/ una caravana de mirlos invisibles/ y prendes sirios/ en las verdes catedrales del Zamora/. Yo sé/ que andas/ por aquí/ rondándome/-rondándonos-/ tejiendo/ y destejiendo/ los mágicos hilos/ del destino//. -Y haciéndole/ cosquillas al recuerdo/ y solo/ y convocándome/ a una Navidad de empolvados/ senderos/ y pesadas lágrimas…//. Padre/. Yo sé/ que estás aquí/ puntual/ y apenas/ a media luna/ de mi alma/. (Jaime Rodríguez Palacios. Dic.18-90)”.

No puedo escribir el punto final; sin decir que lo único que no me perdonaría mi abuelo es publicar este artículo, porque nunca fue devoto del reconocimiento ni del aplauso hacia su persona; pero eso sí, un convencido escudero de los postulados de la sencillez, de la belleza de las cosas simples y del regocijo discreto; hoy vulnerados en este texto, por este necio nieto que lo sigue queriendo y recordando, al cumplirse una centuria de su nacimiento.

Loja, 28 de septiembre de 2022.