Por: Santiago Armijos Valdivieso
No es nuevo decir que una de las principales fuentes de alegría para los lojanos es visitar los valles de Malacatos, Vilcabamba y Catamayo; preciosos sitios en los que converge el buen clima, el pintoresco paisaje, la alegría a borbotones y la exquisita comida, para olvidar la rutina citadina, los agobiantes problemas y las obligaciones laborales.
Penosamente, el viaje a estos lugares, desde hace años y hasta la actualidad, se ha tornado peligroso, sofocante y desesperantemente demorado, aunque son solamente unos pocos kilómetros de distancia (en días de Carnaval esto se agrava y se torna insufrible).
La travesía a Malacatos y Vilcabamba se agudiza por fallas geológicas en las que personas indigentes se asientan a pedir caridad a cambio de llenar de tierra algún hueco de la carretera o regar, con un poco de agua, la polvareda del sitio. Un triste espectáculo que pone en evidencia la falta de autoridades públicas al momento de resolver los problemas sociales. A esto se suma las paradas intempestivas de buses que, cual patrón en su rancho, se adueñan de la carretera para imponer su arbitraria “autoridad” y humareda negra, ante la impotencia de miles de turistas que deben aceptar que las reglas de tránsito sean irrespetadas. Por otro lado, las curvas de los dos estrechos e insuficientes carriles que forman la vía son invadidas, de ida y vuelta, por imprudentes conductores a quienes les gana la desesperación y el irrespeto por la vida de los demás. Hay que sumar a lo dicho, el indignante hecho de que, a pesar de que han transcurrido muchos años, no se logra reemplazar el puente Bailey de un solo carril que lleva de Malacatos a Vilcabamba (kilómetro 32), lo cual, como es de esperarse, sigue ocasionando un cuello de botella vehicular de dimensiones espantosas.
El viaje a Catamayo es otra travesía de peligro y desesperanza, en la que gigantescas caravanas de plataformas, tanqueros, volquetas y buses, se adueñan de una vía de dos carriles, repleta de vulnerables vehículos livianos, en los que viajan familias asustadas y soñando que, algún día, construirán cuatro carriles para que la pesadilla acabe. El actual Gobierno ofreció construirlos, vía concesión, pero hasta el momento solo ha sido eso: un simple ofrecimiento que se llevó el viento.
Lamentablemente, esa es la realidad vial que tenemos para viajar a los valles lojanos que tanto potencial turístico tienen para ofrecer a propios y extraños. Ya es hora de que las autoridades locales y nacionales hagan algo para solucionarlo y de que los lojanos empecemos a exigirlo con civismo y determinación.