Efraín Borrero E.
Mi dilecto amigo y destacado escritor y columnista Giovanni Carrión Cevallos tuvo la gentileza de dedicarme un artículo que lo guardo con hondo sentimiento de gratitud. Con generosas palabras se refirió a varios aspectos, uno de ellos, a la gestión titánica para que el tren llegara a Loja.
Cuando me empeñé en ese propósito tenía presente el tesón y vehemencia del eminente hijo de Gonzanamá, Dr. Lautaro Vicente Loaiza Luzuriaga, ilustre sacerdote nacido en 1871, que con pertinaz visión dedicó su vida a luchar por la justicia social y por los caros intereses de la provincia de Loja.
Entre sus sueños por sacar del aislamiento en el que se encontraba nuestra provincia por falta de vías de comunicación, generó la idea del ferrocarril Puerto Bolívar- Loja – Zamora; iniciativa que la propagó entre algunos personajes representativos de la ciudad. Ecuador Espinosa escribió que el “Dr. Lautaro Loaiza fue el primer ecuatoriano que soñó en la conveniencia de traer una línea férrea desde Puerto Bolívar hacia Loja”, afirmación corroborada por Marcelo Reyes Orellana y Francisco Ludeña León, quienes relataron la vida de tan insigne personaje.
La motivación de Monseñor Loaiza, que también fue abogado, caló hondamente en el sentimiento de los lojanos. El gobernador de entonces, Ramón Riofrío, convocó a una reunión para conformar el Comité Ferroviario de Loja, encargado de preparar la documentación sólidamente respaldada con argumentos técnicos, económicos y sociales, a fin de justificar la aspiración de los habitantes del sur del país. Algunos de los ochenta y cuatro abogados que había en Loja por 1909 ofrecieron su colaboración.
Alentado por el dinamismo y entusiasmo de Máximo Agustín Rodríguez y del propio Lautaro Loaiza, el Comité creó un periódico llamado “El Ferrocarril”, para que la ciudadanía pueda informarse de las gestiones que llevaba a cabo. El primer número circuló el 10 de agosto de 1909 y el último el 26 de enero de 1910.
Dicen que era tal el entusiasmo de Monseñor Lautaro Loaiza que en algunas ocasiones hizo desfilar por las calles de Loja carros alegóricos que simulaban al ferrocarril con niñas que iban como pasajeras.
Los senadores y diputados representantes de la provincia de Loja ante el Congreso Nacional, entre los que se encontraba Pío Jaramillo Alvarado, hicieron suya esta noble causa, contando con el apoyo de los legisladores de la provincia de El Oro.
La propuesta del ferrocarril transamazónico tuvo una especial connotación porque se sustentaba en “la tesis de la excelencia de la ruta austral a fin de ocupar realmente el oriente ecuatoriano y dar vida a ese sector de la patria”, causa que fue abanderada por Pío Jaramillo Alvarado quien inició una campaña por la prensa, en 1910, para presionar y conseguir la aprobación del proyecto, como señala Rodolfo Pérez Pimentel.
Galo Ramón Valarezo, uno de los connotados historiadores del país, y que ha realizado el más prolijo análisis sobre el tema, asegura que el logro de los representantes lojanos fue impresionante porque planteaba por primera vez en la historia ecuatoriana, la idea de “región austral” integrada por El Oro, Loja y Zamora.
Lo que vino continuación fueron decretos legislativos contradictorios, así como la férrea oposición regionalista y el trato discriminatorio para con Loja, sumándose la crítica situación del erario nacional y la coyuntura política que sacudía al país, circunstancias que dieron al traste con la ilusión de los lojanos. Ecuador Espinosa expresó: “todo quedó nada más que en un sueño con grandes pesadillas”.
A inicios de 1998 tuve un encuentro casual con un gran amigo que por entonces estuvo vinculado a la Empresa Nacional de Ferrocarriles del Estado, ENFE, quien me conversó que tenía bajo su responsabilidad el proceso de baja de bienes, contándose entre ellos locomotoras, vagones y otras máquinas y equipos en desuso, que se estaban destruyendo por el tiempo transcurrido y por las condiciones climáticas.
Al instante evoqué el recuerdo del Dr. Lautaro Loaiza Luzuriaga y de todos los distinguidos lojanos que en su momento soñaron con el ferrocarril transamazónico. Pensé en la posibilidad de que una de esas locomotoras, donada a nuestra ciudad por la ENFE, a través del Municipio, pudiera constituirse en un monumento para perennizar ese justo anhelo, y nada más propicio que el Parque Recreacional “Jipiro”, al tiempo de contribuir con su ornamentación.
Con la confianza de nuestra amistad le compartí con entusiasmo la idea que rondaba ese momento por mi mente. Me respondió diciendo: esos bienes están dados de baja, el Alcalde debe presentar una solicitud al Consejo Directivo de la Empresa haciendo mención de los argumentos que sean pertinentes. Dile que incluya, además de la locomotora, un ténder, dos vagones y cincuenta metros de rieles, con los cuales será posible armar un pequeño tren. Agradecí con un cálido abrazo su buena intención.
Tomé contacto con el alcalde de Loja y le comenté los pormenores de esa posibilidad. Por supuesto que la acogió con sumo agrado. La documentación me la hizo llegar de inmediato. Con la copia de la petición presentada en Secretaría hablé con el Gerente encareciéndole su colaboración para que el resultado sea favorable, como en efecto ocurrió tiempo después.
En su momento, el Gerente manifestó que hasta allí llegaba lo que correspondía a la ENFE, y que las gestiones y gastos para el traslado de las máquinas donadas eran de nuestra responsabilidad. Me dio un consejo que fue muy provechoso: apóyese en la Asociación de Jubilados de la ENFE ya que son expertos y harán posible que se cumpla eficazmente el objetivo. Así lo hice y los resultados fueron exitosos.
El apoyo económico se puso de manifiesto de manera entusiasta y desinteresada por parte de Paulina Arias, Jorge Jaramillo, Jorge Vivar, Rafael Armijos, Jorge Cueva, Francisco Bueno, Carlos Sánchez, Ramiro Fernández, Augusto Vergara y Miguel Ángel Aguirre, apreciados amigos lojanos residentes en Quito.
A través de Franklin Torres Espinosa fue posible canalizar las gestiones para que la Brigada Galápagos de Riobamba, ciudad en la que se encontraba la locomotora, colaborara para que sea transportada hasta Loja en una plataforma capacidad para ochenta toneladas. Esa logística por la ruta de la costa fue toda una odisea. El resto de componentes fueron trasladados desde Durán, provincia del Guayas.
Superados los problemas la locomotora número veinte y ocho, inaugurada por Eloy Alfaro, así como los demás implementos, llegaron a Loja en perfectas condiciones.
El Tren de Loja que está en el parque “Jipiro”, representa el anhelo y la lucha emprendida por distinguidos lojanos en un momento de nuestra historia, a fin de hacer realidad el ferrocarril transamazónico. Pero además constituye un ícono de la ciudad visitado por propios y extraños, quienes emocionados posan para tener un recuerdo fotográfico.
Yo también tengo el mío con la gorra ferroviaria que me obsequió mi hermano Ramiro. Esa fotografía la conservo como testimonio de lo que fue la hazaña titánica a la que se refiere Giovanni Carrión, que por cierto demandó un inmenso esfuerzo y amor por Loja.