Palabra y vida

P. Milko René Torres Ordóñez

Cada palabra tiene un significado y una riqueza ilimitadas. Con ella asumimos que estamos vivos y en contacto con todo lo que nos rodea.

La capacidad de comunicarnos es un don de Dios. La palabra de Dios alcanza mayor complejidad y profundidad. Entre algunos de sus atributos, mencionamos su sentido desbordante. Por ello, la Sagrada Escritura, según la literatura rabínica tiene setenta caras, nunca se agota en su cercanía y densidad. De acuerdo a la cristología de san Juan la Palabra vino a los hombres, pero no fue bien acogida. El mundo de la Biblia es majestuoso. Su misterio despierta muchos interrogantes. En el libro del Génesis la riqueza de su lenguaje es muy actual, válida para cualquier circunstancia. Me permito citar el término «Adán». Aprendí de una profesora de lengua hebrea, de nombre Malka, la importancia de la relación del nombre con el entorno cultural y social. Nos acerca a «la persona que está en contacto con la tierra». En cambio, la palabra «Eva» significa vida. Adán le dio este nombre, según el Génesis, porque ella es la fuente de todo ser vivo. Todas estas referencias de tipo lingüístico tienen su justificación. El hombre y la mujer, son la humanidad, la presencia de un Dios vivo. El privilegio de ser creados a su imagen y semejanza conlleva, además, el riesgo de caer porque están expuestos a muchas tentaciones propias del mundo. Una de ellas es la soberbia. La pretensión, tan audaz, de querer ser como dioses es muy ambigua. De hecho, el hombre se olvida de dónde viene, quién es, adónde va. Conviene puntualizar que somos lo que somos, tenemos muchos valores, pero no debemos aspirar a ir más allá de nuestra realidad.

El mal atrae, es traicionero. Cuando el hombre se da cuenta que está desnudo cae en la soledad y en vacío, vive sin alegría y si esperanza. Adán, en nombre de toda la humanidad, recibió mucha riqueza con la condición de crecer, cuidar, llenar la tierra, volverla fructífera. Su nivel de responsabilidad es muy alto. No cumplirla implica desordenar todo para generar un caos absoluto. El hombre ha querido endiosarse, vivir con autosuficiencia. Ha forjado su propia destrucción. Aunque nos cuesta aceptar, el destino de nuestra vida nos lleva a una situación de pecado. Olvidamos la procedencia, la vinculación con el mundo creado por amor. La madre tierra gime con dolores de parto la realidad que le afecta. Es un lamento que resuena pero que no se quiere escuchar. Las superpotencias no lo permiten. El mensaje de Jesús llama la atención por la insistencia del maligno a desobedecer, a no querer ver los signos de los tiempos, a no discernir en las tentaciones la estrategia para superarlas. Jesús enseña a amar a Dios sobre todas las cosas: al rechazar la tentación de convertir las piedras en pan porque el hombre debe alimentarse de toda palabra que sale de Dios; al afirmar que no se debe probar al único Dios, vivo y verdadero; al demostrar que los reinos que le ponen a su disposición son obras humanas, no divinas. La Palabra de Dios permanece eterna y nos infunde un espíritu de verdadera libertad.