Efraín Borrero E.
Cuando Daniel Álvarez Burneo dictó su testamento, el veinte y ocho de julio de 1936, dispuso lo siguiente: “Cláusula Décimo Quinta”: “Dejo el remanente de mis bienes al Concejo Cantonal de Loja para que lo invierta en la fundación de uno o más establecimientos de beneficencia en favor del pueblo pobre urbano y rural. La determinación de los establecimientos que han de fundarse lo hará dicho Concejo de acuerdo con la Junta Administrativa del Hospicio Daniel Álvarez Sánchez, y ellos mismos formarán los estatutos y organizarán las juntas, como queda dicho”.
Fallecido el filántropo en ese mismo año de 1936, comenzaron los graves problemas, uno de ellos, la interpretación legal y la aplicación práctica de esa disposición testamentaria por parte del Concejo Cantonal. Allí comenzó el relajo. Se desató un “aluvión” de opiniones controvertidas; se realizaron varias sesiones del Concejo para discutir el asunto; algunas fueron las asambleas populares para saber qué opina el pueblo, y se conformó la Junta de Notables, considerándola un oráculo de sabiduría.
De todo este ir y venir de hechos y circunstancias, que han sido detalladamente descritos por el escritor e investigador Jaime Enrique Celi Correa, base de esta narración, se resolvió la conveniencia de presentar al Congreso un Proyecto de Ley de Constitución de la Junta Central de Obras Filantrópicas de la Provincia de Loja; y, en su ámbito, de la Fundación Álvarez, cuya elaboración fue encomendada a Pío Jaramillo Alvarado.
Aprobado el Proyecto de Ley por el Concejo Cantonal y por todos los que tenían que opinar, se lo remitió a Quito. Las gestiones para impulsarlo fueron varias, pero no solo por el proyecto en sí sino porque, además, cayó encima un Decreto del presidente Federico Páez con el cual se pretendía ingresar a las arcas fiscales un buen billete por concepto de impuesto a la herencia.
La Sociedad Feminista “Honor y Trabajo” levantó su voz de protesta, pero Páez les dijo nones. El Municipio se dirigió a la colonia de lojanos residentes en Quito, específicamente a: Manuel Benjamín Carrión, Manuel Agustín Aguirre, Pablo Palacio, Isidro Ayora, Ángel Rojas, Víctor Castillo, Pío Jaramillo Alvarado, Manuel Benigno Cueva, José María Ayora y Max Witt, quienes respondieron que fervorosamente estarán en pie de lucha.
Las peticiones para que se derogue dicho Decreto también llegaron a los miembros de la Comisión de Asistencia Pública de la Asamblea y a los presidentes de los concejos cantonales de Paltas, Macará, Celica, Saraguro y Cariamanga, que eran los existentes, tal como consta en la comunicación dirigida por el presidente del Municipio lojano.
El veinte y nueve de septiembre de 1937, el diputado lojano, Sebastián Valdivieso Peña, mediante comunicación telegráfica dirigida al Municipio de Loja, dio una buena noticia: “informo que se ha aprobado el proyecto de decreto sobre exoneración total de impuestos que graba mortuoria del filántropo Álvarez Burneo”. Con ese anuncio las aguas volvieron a su cauce. Ahora quedaba el resto, lo de la Constitución de la Junta Central de Obras Filantrópicas de la Provincia de Loja. Es decir, todo un calvario.
Gracias a la presión ejercida por unos y otros se logró la creación de la Junta Central de Obras Filantrópicas de la Provincia de Loja y la Junta Administrativa de la Fundación Álvarez, mediante Ley Suprema sancionada el treinta de agosto de 1944, que es la que está en vigencia, aunque poco tiempo después fue reformada en cuanto a la integración del número de vocales.
A raíz de esa Ley Suprema, la Junta Central de la Fundación Álvarez decidió crear una Casa de Artes y Oficios que se denominaría Daniel Álvarez Burneo, para cuyo efecto suscribió un contrato con la Comunidad Salesiana para la construcción del edificio y para que ponga en funcionamiento ese establecimiento, pero por diferentes razones la institución proyectada no llegó a funcionar y el edificio quedó a medio construir.
En 1947 y debido a que no fue posible instalar la Casa de Artes y Oficios, la Junta resolvió definitivamente la creación del Instituto Técnico Industrial y Agrícola Daniel Álvarez Burneo; pero fue muchos años después, el dieciséis de junio de 1962, que mediante Resolución Ministerial se autorizó el funcionamiento definitivo de ese benemérito centro de educación.
En ese mes de junio, el señor Obispo de la Diócesis de Loja invitó a su despacho al preclaro ciudadano lojano e ingeniero agrónomo, Alfonso Sebastián Valdivieso Carrión, para proponerle asuma la responsabilidad de dar vida al Instituto Técnico Industrial y Agrícola Daniel Álvarez Burneo, en calidad de rector, con el propósito de cumplir, al fin y al cabo, el deseo de su benefactor, luego de veinte y seis años desde su fallecimiento, y con el anhelo de la ciudadanía lojana que ansiosa esperaba se haga realidad esa obra educativa.
Se había previsto las especialidades de Mecánica, Carpintería y Agronomía, contándose con dos magníficos talleres: el uno de mecánica general y automotriz, y el otro de carpintería, instalados en el enorme edificio construido en el sector de Las Palmas por la Comunidad de Salesianos.
Alfonso Valdivieso recibió emocionado la propuesta de la Autoridad Eclesiástica, que a la sazón fungía como presidente nato de la Junta de Obras Filantrópicas de Loja. Tenía confianza en los conocimientos adquiridos en la Universidad Nacional de Loja y en el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas de Turrialba, Costa Rica; pero, sobre todo, en su vocación para la formación de la juventud, basada en su experiencia como docente en la misma facultad donde cursó sus estudios universitarios.
Le entusiasmó el hecho de que el Instituto oriente su labor educativa hacia las clases desposeídas, conforme fue la decisión de Daniel Álvarez Burneo en su testamento, y que, por lo mismo, desde las funciones encomendadas podía realizar una gran labor social.
Con el ímpetu, vehemencia y responsabilidad que fueron características esenciales en su vida, trabajó intensamente en la planificación y alistó todas las acciones necesarias para que el Instituto entre en funcionamiento en el mes de octubre de ese año 1962.
Cuenta su distinguida esposa que la preocupación fue conseguir instructores para las especializaciones técnicas de mecánica y carpintería, ya que quienes podían asumir esa responsabilidad eran propietarios de talleres y no querían dejar su actividad. No le quedó otra alternativa que confiar temporalmente esa tarea en dos operarios a quienes conocía por su experiencia, y con ellos tenía la seguridad de cumplir el objetivo, porque, además, tenía previsto que esos talleres brinden servicio a la comunidad.
Él mismo los capacitó para que puedan transmitir sus conocimientos en forma didáctica y eficiente. Lo concerniente al área de agronomía personalmente la condujo con singular entusiasmo.
Alfonso Valdivieso trabajaba día y noche con perseverancia y tesón para lograr que el Instituto inaugurara su primer año lectivo. Cuando todo estuvo listo se difundió la noticia y se invitó a los jóvenes para que se inscribieran. El momento en que se matriculó el primer alumno se celebró el acontecimiento con todo alborozo, como compensando el gran esfuerzo realizado. Luego vino otro y otro hasta completar los sesenta y cuatro alumnos, cuyos nombres deben estar en una galería de honor.
Así inició sus labores el “Instituto Técnico Industrial y Agrícola Daniel Álvarez Burneo”, gracias al apasionado trabajo de un hombre que puso de manifiesto su honestidad, integridad, sinceridad, humildad y grandeza de corazón.
Posteriormente fue la Comunidad de Hermanos Maristas la que asumió la responsabilidad de conducir el Instituto, llevando a cabo las transformaciones educativas que se imponían a lo largo del tiempo, hasta llegar a lo que hoy es la Unidad Educativa Fiscomisional “Daniel Álvarez Burneo”, que se destaca como uno de los centros de educación media más importantes de la provincia de Loja.
El día nueve del presente mes se llevó a cabo una Sesión Solemne con ocasión de las bodas de diamante de la Unidad Educativa Fiscomisional Daniel Álvarez Burneo, acto en el cual se rendió pleito homenaje a Alfonso Valdivieso Carrión, como justo reconocimiento a su brillante labor y tesonero trabajo.
Con el sentimiento de admiración que profesé en vida a tan ilustre caballero, como será el de quienes cursaron sus estudios en el “Técnico”, como cariñosamente lo llamaban, y el de los que actualmente son parte de esa prestigiosa institución educativa, me adhiero efusivamente al merecido homenaje post mortem al ingeniero Alfonso Sebastián Valdivieso Carrión, un nombre que siempre debemos recordar.