El beneficio de las letras para robustecer nuestra condición humana

Galo Guerrero-Jiménez

En este deseo universal de querer ser mejor a partir de la alfabetización que se la logra en la educación formal para integrarnos a la sociedad desde la eficiencia, la creatividad y desde una ética situacional para actuar en la medida de lo justo y, profesionalmente, si a una gran mayoría le ha sido posible obtener un título universitario, para que actúe con los suficientes conocimientos al desarrollo de su comunidad y pueda, ante todo, como premisa urgente, embarcarse responsablemente en el cuidado del medioambiente, es lo que hoy, con prioridad desde el ámbito socio-ecológico, debe primar en todo ser racionalmente actuante y civilizado.

Para ello, uno de los grandes compromisos como seres alfabetizados, es la readecuación y formación permanente de nuestra mente para estar informados científica y humanísticamente para hacernos eco del conocimiento que a través de un texto escrito, estemos en condiciones de leerlo más allá de un mero literalismo, sino desde una entrega y un compromiso psico-socio-lingüístico que nos permita entregarnos “a la lectura ‘empática’, esa pasión individual que se concibe como un placer, que apela al intelecto y también a los sentidos y que hace que los lectores se sientan parte de una comunidad” (De Miguel, 2016), de manera competente y actuante para enfrentar los problemas socio-ético-ecológicos y educativo-políticos que se derivan de la falta de una adecuada formación para asimilar las concepciones teóricas que los investigadores, humanistas, científicos, e incluso literatos que desde la ficción y a través de un lenguaje estético y micropolíticamente asumido, están en condiciones de orientarnos para salir de esta encrucijada de ignorancia, de salvajismo y de corrupción en todos los niveles socio-económico-político-democráticos en que, sin ningún escrúpulo, nos están anulando todos los espacios posible del buen vivir.

En este orden, como sostiene Santiago Beruete, nos “urge refundar la alianza con la naturaleza. Por muy importante que sea proponer la gobernanza internacional, establecer límites planetarios al crecimiento industrial, potenciar la eficiencia energética y abogar por la sobriedad feliz y la simplicidad voluntaria, se requiere algo más para salir de la encrucijada en que nos hallamos” (2021), lamentablemente por no haber creado los espacios  de conciencia adecuados para educarnos en orden a valorar los criterios profundos, pertinentes e ilustrados que los estudiosos llevan a cabo para sostener a esta civilización desde un actuar humanístico, científico, estético y tecnológicamente propuestos para resolver los graves problemas que hoy nos afectan desde diferentes variantes socio-ecológicas.

En este orden, se vuelve imperioso darle un nuevo sentido a la vida desde la educación neuro-pedagógico-científica y neuro lingüísticamente para que trabaje en torno al conocimiento y análisis fenomenológico y estético-ético-antropológico que, como herramientas intelectuales nos acerquen a la conjunción de ideas altivas y robustas de personalidad afectuoso-amorosa que, como modelos de vida, deben florecer en la concepción teórica que está depositada en el lenguaje educativo-formativo que recoge un texto en todos los campos del saber humano.

Una educación altiva, entonces, desde el estudio adecuado y pertinente del lenguaje escrito; pues, “su valoración del papel que la lectura y los libros deben jugar en la salvaguarda de la racionalidad, la convivencia y la democracia” (Rodríguez, 2023), las cuales son esenciales y prioritarias en la mentalidad de todo ciudadano alfabetizado que, al estar dispuesto a recibir y procesar un nuevo lenguaje, “es poner ideas a disposición de los potenciales lectores. Es dotarlos ideológicamente (…) de recursos para su interpretación y construcción de opiniones, para su autonomía como libre pensador” (Bialet, 2018) y, por ende, robusto de humanismo.