El vivo pensamiento de la libertad reflejado en Eloy Alfaro, El Viejo Luchador

Campos Ortega Romero

La historia de nuestra patria constituye caminos que hay que recorrerlos y conocerlos, para tratarlos y enseñarlos a las nuevas generaciones y que ellas se sientan orgullosas de nuestra ecuatorianidad. Después de la independencia se forman en la costa; las primeras montoneras. En Taura, los montoneros Franco y Zudea, en Vinces, el coronel montonero Osses y en Daule el capitán Noriega, sufren trabajos forzados. Son los adelantados de Alfaro. Las luces para nuestro país inician con el triunfo de la Revolución liberal, el 5 de junio de 1895, con Eloy Alfaro, “El Viejo Luchador”. Tras Alfaro iban jornaleros conciertos en busca de libertad, campesinos en busca de tierra, intelectuales en busca de reformas y estrategias para la ansiada emancipación política de nuestro pueblo.

La Revolución Liberal del 5 de junio de 1895 no solo originó las “montoneras”, entendidas como guerrillas populares, provenientes de sectores sociales excluidos, en favor de la causa liberal; también perpetuó obras y decisiones políticas de indudable proyección nacional que han sobrevivido al tiempo, como: separación definitiva del Estado, de la Iglesia; educación pública laica gratuita y obligatoria, libertad de los indios, abolición del concordato, secularización eclesiástica, ejército fuerte y bien remunerado, ferrocarril al Pacífico, crear conciencia al libre pensamiento y tolerancia, libertad, igualdad y fraternidad. El liberalismo ecuatoriano en sus inicios exhibió todo lo bueno y grande que había en la República: el vivo pensamiento de la libertad reflejados en Alfaro, Montalvo, Peralta, Coral, Pedro Moncayo, talentos severos y nobles puestos al servicio del ideal, cuyos registros de nombres no hacen falta porque se encuentran consagrados desde antes, y unas masas sufridas que esperan la liberación. Todas esas energías humanas fueron las plataformas del liberalismo combatiente que actuó a fondo, sin esquinces sin temores, con la convicción honrada y valerosa de que su ideal y su fe, tenían que ser los motores para el progreso de la República.

Don Eloy Alfaro era un idealista. Soñó con hacer la transformación que pregonaba el ideario liberal. La igualdad, la fraternidad, la sociedad democrática. Luchó y murió por eso. Pero sus lugartenientes, sus propios compañeros de armas traicionaron el ideal y en el mismo gobierno alfarista, sus mismos camaradas prepararon la muerte del caudillo. Hombres costeños, manabitas como Leónidas Plaza o serranos como Julio Andrade se entregaron a los deleites de la oligarquía feudal interiorana y a la banca agroexportadora de la costa y en unión con ellos frustraron parte del programa de la revolución liberal radical, que aunque no era una revolución socialista, tenía proyectos sociales más allá de los que pretendía la burguesía, parte de la cual se estaba oligarquizando.

Las esperanzas de Alfaro y sus tenientes leales se desangraron en el panóptico de García Moreno con sus decapitaciones y se quemaron en El Ejido, episodio histórico que el escritor ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco le llamó “La Hoguera Bárbara” acción sin nombre y clara muestra del odio político en nuestro país, junto al engaño de siempre, ante esta realidad, consideramos, que lo más fácil ser espectador de la tragedia y dejarse engañar o valorizar aquello de decir la verdad para buscar el camino de la libertad. Por qué no tomar el fuego de la hoguera bárbara, que estableció la muerte de Alfaro, para iluminar el paraje oscuro que nos rodea, para hacer del fuego, el guardián eterno que mantenga viva la libertad que es la esencia del hombre, porque el Espíritu es libertad, solo así rendiremos tributo a la sangre derramada que constituyó la muerte de Eloy Alfaro. Así sea.