Llegar a casa

Sandra Beatriz Ludeña

Desde que tengo conciencia, llegar a casa es una de las más gratas satisfacciones.  Bajo sol o lluvia, llevando alegría o tristeza, llegar a nuestro refugio es un acontecimiento seguro.

Empezando por la etapa de hacer los mandados o comprar por encargo, hasta cuando asistí a la escuelita y al catecismo, no hubo día que no saliera pidiendo la bendición de mi madre y al regresar, grata de llegar con bien, librando peligros de la calle, dejar de lado la alerta. Tremendas proezas.

Con el tiempo, me hice más andariega y audaz. En época estudiantil universitaria, ya era cosa de no temer.  Me desprendí de ese recelo que tenía de andar sola en el pasado.  Hasta hace unos días, salir a la calle a realizar las jornadas de trabajo, visitar, reunirme con la gente; era cosa normal, no causaba mayor estrago. Al finalizar el día, regresar a casa repasando mentalmente las ganancias o las pérdidas que debían ser corregidas, era cuestión de calma. Nada mejor que llegar a casa.

Mas, las cosas cambian de la noche a la mañana.  Vivir esta irrealidad vestida de supra realidad. Ahora, más que nunca, llegar a casa es cuestión de ganancia, aunque lo que se haya ganado sea en desesperación e impotencia, porque nada es normal.

Se trata de estar refugiados en casa, pero no calmados, porque en casa nos quedamos viendo pasar el tiempo que destruye lo construido.

Si antes salir de casa era asumir el riesgo de la inseguridad a causa de la delincuencia u otros peligros; ahora, salir de casa es saber que nada lo tenemos seguro, que en un mínimo descuido se puede perder la vida.  El virus ha venido a mostrarnos la vulnerabilidad y aunque intentemos hacer las cosas con normalidad, pero llegar a casa ya no da la tranquilidad de antes.

Porque en casa repaso las pérdidas, analizo como la gente ya no confía, ya no se permite hablar con confianza, o recibir visitas.  Menos compartir un café, un helado, una reunión.  En los trabajos están recelosos, hay restricciones de todo tipo. 

Si hay gente que muere a diario por el virus, también hay negocios que agonizan y el mundo de las relaciones se está transformando y diría yo deformando.  Nos volvemos más lejanos físicamente, más dispuestos a estar lejos. 

Difícil etapa para los que cultivamos lo relacional, siempre direccioné mi actividad a lo presencial. Ya nada volverá a ser como antes y dependemos de la tecnología. El virus enriquecerá aún más a los dueños del mundo a costa de las pérdidas relacionales.

Mientras tanto, llegar a casa es un trámite, que exige sacarse los zapatos y transformarse, dejar las vestiduras ventilándose y quedarse a gusto vulnerable.  Ir directamente al lavamanos y desinfectarse; después, seguir desinfectando el gusano del miedo. Es la nueva forma de descansar la realidad.