Alejandro Carrión: Una cierta sonrisa

María Antonieta Valdivieso C.

Alejandro Carrión colaboró mensualmente, durante más de diez años, con la revista Diners lo hacía con breves crónicas que recordaban episodios de su extraordinaria e interesante vida. Un grupo de editores recoge toda esta publicación en un libro con el mismo título de su columna Una cierta sonrisa, cuyo nombre parodiaba al título de una novela de la escritora francesa Françoise Sagan.

En el prólogo, casualmente escrito por el mismo Alejandro, fue entregado por uno de sus hijos después de su muerte, nos cuenta que ha pedido de su director, el periodista chileno Rubén Soto decidió colaborar contando sus recuerdos, pues consideraba que uno de los placeres que quedan con el paso de los años es recordar lo vivido.
Alejandro Carrión Aguirre (Loja, 11 de marzo de 1915 – Quito enero 1992) , hijo del doctor José Miguel Carrión Mora, poeta y profesor universitario, y de la señora Adela Aguirre. Estudió en la escuela de los hermanos cristianos, la secundaria en los colegios Bernardo Valdivieso y Nacional Mejía; y, Derecho en Universidad Central de Quito. Miembro de una familia de destacados intelectuales entre ellos Manuel Carrión Pinzano, quien lideró el movimiento separatista de Loja de 1859, y Benjamín, su tío, fundador de la CCE y autor de invaluables obras literarias e históricas.

Primero fue poeta, después escritor de cuentos, novelas y ensayos, pero su actividad mayor y a la que consagró su vida con pasión, al periodismo. Colaboró en diversas revistas y periódicos de Quito y Guayaquil. Con el seudónimo de Juan sin Cielo mantuvo por más de veinte años su columna Esta vida de Quito en el diario El Universo, en la que combatió ferozmente a gobiernos con los que no se identificaba como los del doctor Velasco Ibarra y especialmente el de Camilo Ponce.

Sus principales obras; La manzana dañada, La Espina, Los Poetas Quiteños de “El Ocioso en Faenza”, Los Caminos de Dios, Nuestro Simón Bolívar. Una cierta sonrisa, que es el motivo de este artículo contiene episodios cortos que nos hacen conocer hechos históricos, políticos o simplemente cotidianos, que el autor sostiene, realmente sucedieron, y en las que él directa o indirectamente tomó parte. Lo hace con su estilo veraz, encantador y tratando de no herir susceptibilidades personales.

Resumiré tres de ellos: Ahí comenzó todo, nos cuenta sus inicios de escritor en las aulas del Bernardo Valdivieso, cuando era un adolescente de 16 años y llega ser discípulo del doctor Carlos Manuel Espinosa, que era su sueño. El doctor Espinosa funda un grupo de estudiantes de literatura llamado ALBA, que significa Asociación Literaria de Buenos Alumnos, quienes después junto a Juan Iván Cueva, Jorge Suárez publican la revista Hontanar, en la imprenta del colegio y con el patrocinio del rector Adolfo Valarezo. Quinientos ejemplares, con ochenta hojas, que se hacían en una prensa de mano “Y ahí comenzó todo… Los millones de palabras, los kilómetros que he escrito, allí comenzaron”

Cristóbal, la suerte del Juglar es otro delicioso relato relacionado con nuestra ciudad, la composición del pasillo Alma lojana que según el autor es el verdadero himno de los lojanos, acerca del cual existe cierta polémica. Cristóbal Ojeda Dávila viene a Loja, probablemente en 1927, a la casa de su amigo Luis Emilio Eguiguren, en donde es acogido con todo el cariño de la madre de este. Pronto integra la jorga bohemia del anfitrión y lleva una intensa vida social. El ambiente tranquilo, la compañía del viejo piano lo motivan a componer pasillos inolvidables como Latidos, Ojos Negros, Alejándose, Hacia ti, Soñando en tus miradas; y un pasillo sin título ni letra que quedó olvidado entre los papeles cuando se marchó.

Permanece en esta ciudad un poco más de tres años, pero ante la insistencia de su madre regresa a Quito, y llega en plena revuelta por la descalificación de Bonifaz, por la que se produce la guerra de los 4 días en la que dos fracciones del ejército y gente del pueblo se enfrentan a bala. No está claro la razón de su muerte: una bala perdida al salir Cristóbal a la ventana o lo que parece verdad es que dos exsoldados entraron a matar a un usurero y equivocadamente le disparan. Era el 31 de agosto de 1932.
En Loja lloran su muerte y Luis Emilio Eguiguren encuentra ese pasillo sin letra ni título, lo empiezan a poner al piano y a llamarlo Alma lojana. La primera letra es del doctor Benjamín Ruiz, que es una letra de amor: No importa que te alejes de mí sin darme ni siquiera un adiós, sin comprender que dejas aquí un corazón muriendo de amor. Según Carrión, con esa letra no sería hoy lo que es; y , es tiempo después que el profesor Emiliano Ortega, al encontrarse en Cuenca, lleno de nostalgia, cuando conoció su música mágica compone un poema para cantarlo con ella: Orillas del Zamora, tranquilas, casita de mis padres, mi amor: orillas del Zamora, cómo os añora mi corazón.

Ese Primer Año cuenta cómo fue el nacimiento de la revista La Calle, quienes fueron sus mentalizadores, cómo se organizaron, los colaboradores que se unieron al proyecto, entre ellos Pedro Jorge Vera y Jorge Vivanco Mendieta; las dificultades que sufrieron y cómo surgió la idea de crear la revista, para hacer un contrapeso a Vistazo que ya circulaba en Guayaquil. Fue su idea del nombre, ya que es la calle en donde habla todo el mundo. Eduardo Albán, uno de los promotores, en su primer editorial dijo que la revista no iba a servir a ninguna tendencia ni a combatir por ninguna causa. Pero imposible, era el año 1957, en pleno ejercicio presidencial de Camilo Ponce y la revista se declaró totalmente de oposición y una oposición dura y tenaz “contra el fraude electoral, el despilfarro de los fondos públicos, la violación de las garantías constitucionales”. La Calle circuló semanalmente hasta 1970 y la numeración pasó del número 500.

Revisar estas vivencias de Alejandro Carrión, un escritor tan polémico como importante, arranca más de una sonrisa, es su estilo tan natural y espontáneo que es un deleite leerlo. Recordemos que su presencia llenó un espacio de más de 50 años y que su aporte cultural al país es de incalculable valor. ¡Vale la pena disfrutar de la lectura de sus obras!