La vocación y misión del Papa Francisco cambió la forma de ver e interiorizar el mundo de la fe, complejo, misterioso y seductor. La Iglesia Católica asume, de diversa manera, un estilo pastoral que está centrado en el cristocentrismo que el tiempo actual necesita.
El Espíritu Santo dinamiza su vida. Pentecostés, en el génesis de nuestra vida misionera, marcó un antes y un después, impredecible y habitual. En la vida de cada cristiano existen frecuentes pentecostés: cuando se abre, se desinstala, se nutre de la esperanza, entiende los signos de los tiempos. Adquiere un compromiso con su vida y con la sociedad, es decir, muestra un alto grado de decisión para intentar cambiar estructuras. El cisma, propiciado por Martin Lutero, significó un fuerte remesón que motivó a la Iglesia a fortalecer su modo de proceder. El Concilio Vaticano II, con toda la novedad, sabiduría, fortaleza y misión profética, abrió las puertas y ventanas de la Iglesia para que entre aire nuevo, de acuerdo al celo apostólico del Papa Juan XXIII. Francisco, invita a soñar siempre. Comparto, como en otras ocasiones, algunos de sus pensamientos, extractos del libro Ritorniamo a sognare (Piemme, Volvemos a soñar) escrito por el Pontífice con el periodista Austen Ivereigh, que estará en las librerías desde diciembre. El pasaje ha sido anticipado por el periódico La Repubblica, el 23 de noviembre. «Cuando contraje una enfermedad grave a la edad de 21 años, tuve mi primera experiencia del límite, del dolor y de la soledad. Cambió mis coordenadas. Durante meses no supe quién era, si moriría o viviría. Ni siquiera los médicos sabían si lo lograría. Era la soledad de una victoria en solitario, porque no había nadie que la compartiera; la soledad de no pertenecer, lo que te hace un extraño. Te sacan de donde estás y te ponen en un lugar que no conoces, y mientras aprendes lo que realmente importa en el lugar que dejaste. He aprendido que sufres mucho, pero si dejas que te cambie, saldrás mejor. Si en cambio, levantas las barricadas, sales peor. De esa experiencia aprendí otra cosa: lo importante que es evitar el consuelo barato. La gente venía a verme y me decía que estaría bien, que nunca más sentiría todo ese dolor: tonterías, palabras vacías dichas con buenas intenciones, pero que nunca llegaron a mi corazón. La persona que más me conmovió, con su silencio, fue una de las mujeres que marcó mi vida: Sor María Dolores Tortolo, mi maestra de niño, que me había preparado para la Primera Comunión. Vino a verme, me tomó de la mano, me dio un beso y se quedó callada un rato. Entonces me dijo: Estás imitando a Jesús. No necesitaba añadir nada más. Su presencia, su silencio, me dio un profundo consuelo. He aprendido que sufres mucho, pero si dejas que te cambie, saldrás mejor. Si en cambio, levantas las barricadas, sales peor”. Tiempo de despertar a una nueva forma de vivir, para renovarnos.