El mejor entrenamiento para desarrollar una vida intelectual sana, dinámica y antropo-ética, sobre todo que sirva para contribuir al desarrollo científico, humanístico, cultural, socio-educativo y estético ecológico, radica, así de fácil, pero también de un alto compromiso disciplinario, de vocación, de tesón y con la pasión que debe caracterizarle a la cognición de cada intelectual, fundamentalmente, en la entrega absoluta, diaria y aunque convencional, para dinamizar la vida en su múltiples facetas, de leer y leer mucho, pero seleccionando lo que en efecto, dentro de tanta información que hoy contiene Internet y las bibliotecas que aún, y espero que para siempre, una amplia trayectoria de talento humano que, en millones de páginas en todo el mundo, reposan y esperan de un buen lector para que procese esa información y le dé el componente axiológico que ese intelectual necesita para conformar su propio pensamiento a través de un adecuado componente metalingüístico que le permita comunicarse con la comunidad profesional y social a la cual pertenece.
De ser así, el derroche de talento sería todo un emporio de sapiencia, de compromiso, de deleite en cada ciudadano que con fluidez podría desempeñar mucho mejor su compromiso con el trabajo, con la familia, con la sociedad, con la educación, con la cultura, porque no hay nada mejor que saber enfrentar con talento, con ideas sanas y con un pensamiento activo, sincero, solidario lo que el cerebro y el corazón procesan en cada circunstancia lectora que le sea bienhechora a ese intelectual que, en efecto, llegaría a tener una contextura humana altiva como referente de su bien actuar para aportar con toda su idiosincrasia cognitivamente elaborada y lista para que su trayectoria metalingüística sea la que identifique su altiva personalidad.
Pues, hay millones de personas en el mundo que testifican lo que la lectura ha podido hacer de ellos, no porque ellos lo digan, sino porque el testimonio de su accionar lector está impreso en las acciones profesionales que llevan a cabo, así le sucede, por ejemplo, a un buen lector que un día decide convertirse en escritor, en educador, en asesor, en investigador, en científico o en lo que se dé cuenta que puede aportar, incluso desde el más humilde de los trabajos que lleve a cabo.
Y hablando de estos lectores que han llegado a la más alta cima de su popularidad intelectual, hago referencia al escritor japonés Haruki Murakami quien nos da el testimonio de su trayectoria intelectual cuando señala que, en su opinión, “una de las cosas más importantes para alguien con intención de escribir es, de entrada, leer mucho. Lamento ofrecer un planteamiento tan convencional, pero la lectura constituye un entrenamiento que no puede faltar de ningún modo y, a la postre, es el más determinante a la hora de ponerse a escribir una novela [o cualquier otro asunto temático], pues para hacerlo hay que entender, asimilar desde la base, cómo se forma, cómo se articula y cómo se levanta. La lógica es la misma que asegurar que para hacer una tortilla, lo primero es romper el huevo. Especialmente mientras se es joven habría que tener siempre un libro entre las manos. Cuantos más, mejor” (2017).
En esencia, la lectura nos ayuda a fortalecer nuestro talento humano para que el lenguaje a través de la palabra recibida, leída, escuchada y escrita se convierta en el portaestandarte de nuestra mejor expresión cognitiva y metalingüística, puesto que nuestra fortaleza semántico-pragmática nos ayudará a orientarnos en el mundo para intervenir en él sabia, asidua, robusta y proyectivamente, dado el supremo valor que como instrumento didáctico-humanístico tiene para comunicarnos asiduamente con el mejor esplendor de nuestra lucidez mental.