Galo Guerrero-Jiménez
Hoy más que nunca se vuelve imprescindible hacer nuestra la palabra, apropiarnos de ella, ir en post del otro que tiene su palabra y que verbalizada o enunciada por escrito debe ser una fuente de acercamiento en la medida en que sepamos digerir ese lenguaje que es un mundo vivo de presencialidad, de acercamiento, de anuncio de que nos necesitamos para juntos aprehender la realidad que pulula a diario desde varios frentes de cohabitación. Si logramos interiorizar ese lenguaje, el del otro y el nuestro, la convivencia se vuelve más digerible, más humana, más amena, es decir, más vivible.
El discurso de la palabra con acierto, claridad, afecto, deferencia y con el adecuado conocimiento de lo que se emite desde la verdad, desde la razón, desde la emocionalidad, es decir, desde el corazón, le permitirán al cerebro adecuarse para el decurso de lo noble, de lo sincero, de la verdad más sentida y desde un accionar para la reflexión de un cúmulo de información que al ser procesada desde las diversas conexiones neuronales, se convertirá en conocimiento debidamente codificado para un actuar activo y altivo.
La preocupación, entonces, por la palabra selecta que, en especial, se la encuentra en los libros o en los diversos textos escritos que tienen su propio discurso, incluso la cantidad de información virtual que hoy aparece en las pantallas pero que, si el internauta se la pasa demasiado tiempo conectado, no puede apropiarse de ella para nutrirse sino más bien para que el pensamiento se disperse, con lo cual esa información, en su mayoría, la recibe de forma pasiva; pues, su cerebro, simplemente queda saturado, agobiado, y los déficits en distintas áreas, sobre todo en los niños que pasan demasiado tiempo en una pantalla, se atrofia “en distintas áreas, como la del lenguaje, la imaginación y la atención (…). Si lo que se conoce sobre la plasticidad del cerebro es verdad, a los niños que crecen con las redes neuronales poco desarrolladas les costará más aprender, tener sus propias ideas, imaginarse lo que ocurre en los cuentos [por ejemplo] y conectarlo con sus propias vidas, y dependerán mucho más de la información que reciban de forma pasiva” (Cox Gurdon, 2020), con lo cual tendremos luego, niños, jóvenes y adultos apáticos y poco o nada pensantes y reflexivos para enfrentar la realidad desde el más genuino compromiso con la vida de lo más plenamente creativo y radicalmente humano.
Buscar, por lo tanto, espacios de ocio, aunque sean cortos, para acercarnos a le lectura de un libro en físico y en especial el de la literatura porque ella “cobra todo su sentido cuando somos conscientes de que es la depositaria de las vidas, los pensamientos, las emociones y lo sueños de las personas, sin diferencias de razas, culturas, lenguas e ideologías” (Cerrillo, 2016, p. 25). Así, el ejercicio de este hábito o encuentro lector se vuelve fecundo, nunca pasivo sino activo porque cuenta con una serie de posibilidades de razonamiento para la reflexión, en virtud de que “apropiarse de un texto es vivir la experiencia del otro. Entonces el pasado se vuelve presente, lo lejano se acerca. Debido a su capacidad innata de identificarse con el otro, el niño lector [sobre todo] es múltiple: es a la vez príncipe y mendigo” (Patte, 2011), porque estará en condiciones de saborear y procesar cognitiva, emotiva y lingüísticamente todos los vaivenes de la vida que la ficción y la realidad engendran en el texto literario, de manera que el lector (niño, joven o adulto) pueda en cualquier momento llegar a “crear formas elevadas de unidad, es decir, formas de encuentro, y esto solo es posible entre realidades que tienen cierta riqueza interior y ofrecen al hombre [varón y mujer] algunas posibilidades para actuar con sentido y eficacia” (López Quintás, 2014), puesto que, “cuando un libro combina autobiografías y adhesiones con la ciencia, la historia, el arte y la literatura, como en este caso, es inevitable que resulte imposible tratar o celebrar algunas ideas, pensadores y acontecimientos” (Cox Gurdon, 2020) con la magnitud personal que a cada lector activo le caracteriza.