Franco Ludeña y sus enseñanzas

Sandra Beatriz Ludeña

Franco Ludeña Jiménez está jubilado y vive con la tranquilidad de la misión cumplida.  Entró al magisterio muy joven, traía vocación de educador desde la infancia.   Pero ¿qué enseñaba este maestro en sus horas de entrega a la misión?  Algo posible, muy posible, a la vez, utópico. 

Franco enseñaba con pasión.  Cada alumno era un proyecto de esperanza, la clase un paraíso y los chicos los miembros de una gran familia que iba ensanchando con los años, a los cuales, enseñaba el valor de la libertad.  Una libertad que la inspiraba a través de símbolos de un alfabeto distinto, diferente, que discurría entre sueños dibujados en cuaderno a líneas.

Franco el profesor, decía que a los niños hay que ponerles alas y hacerlos volar.  Esas alas estaban en los libros, en cada pase de hoja, había un vuelo, en cada término de lectura, una lección hecha vida, un motivo para la felicidad, que era el dibujo imaginario de un porvenir más bello, menos triste, mejor.

Este guía y maestro les aseguraba a sus alumnos que estudiar es un juego, que con la práctica nos volvemos más hábiles, con mejores destrezas y que con eso, podrán ser vencedores, porque la vida es una constante lucha por ser mejores, siempre venciendo los propios retos.

Hablaba de los libros como la posibilidad de dialogar con gente muy importante, y enseñaba a hacer preguntas, muchas preguntas, llenas de curiosidad, para que los autores contesten.  Les decía un día serán grandes, pero, no solamente porque crezcan en estatura, sino porque a la par, en su cabeza llevarán claridad de ideas y en su corazón, la intensidad del bien.

Franco les enseñaba no solo asignaturas, había en su guía, algo más de lo convencional, un amor por las cosas, por cada operación de las matemáticas, por cada oración del castellano, por cada episodio de la historia, por cada lugar maravilloso de la geografía.  Franco era un verdadero líder, que capitaneaba un pelotón de aprendices del bien.  Ellos, lo miraban con un brillo inusual en los ojos, destellos que iluminan aún sus historias, porque más allá de las clases de cívica, dibujo, educación física, y otras, había un toque de magia, atemporal.

Las enseñanzas de Franco Ludeña, iban destinadas a ayudar a los chicos a encontrar su camino, a pesar de las diferencias sociales que siempre las hay, fue y es un sembrador de valores, un buscador de motivos para la alegría, un afirmador del camino de la vida, con buena educación. 

Fui alumna, un tanto informal de este maestro, al que tuve en casa, y que admiro desde mi niñez, de él recibí bienes invaluables, como el amor por la verdad, el aprecio por la belleza, el valor de la justicia, y la importancia de siempre buscar el bien.   Sus enseñanzas son mi mejor patrimonio. Gracias querido tío Franco.