¿Qué es la felicidad?

David Rodríguez

 “Todos los hombres, hermano galeón, quieren vivir felizmente” decía Séneca en su de vita beata. ¿Pero qué es vivir felizmente? ¿Qué es la felicidad?

Estas preguntas han causado un quebradero de cabeza a la mayor parte de los filósofos históricos desde los estoicos que rondaron los albores de la ética clásica. La felicidad, a simple vista, es una composición complicada que en la actualidad la tecnología ha simplificado en un símbolo digital. 

La felicidad, planteada de manera general como concepto arrancado del mundo de las ideas, que, si es lanzada como comida caliente, a muchos puede crear conflictos. Si no me creen piénsenlo por un segundo ¿Eres feliz?…

Pocos conceptos admitirían tantas y tan sutiles acepciones. Pocas ideas tienen tantos recovecos y trampas. Navegamos entre la filosofía clásica, el tabú, el autoconocimiento, la hipocresía, la emoción, la psicología y el hedonismo. Dentro de una ola de proyecciones culturales moldeada por la subjetividad colectiva del sentido común. Su simple mención, explotaría el cerebro de las sociedades. Un festival de enunciados contradictorias, teorías y teoremas. Porque si algo tienen las ideas puras, es que son demasiado puras para los ojos de nadie y tanteamos a ciegas. Pero volvamos a la pregunta. ¿Eres feliz?

Es un hecho natural que te sientes presionado o que no lo tengas tan claro. No te preocupes, es normal tener dudas. Al menos una docena de mecanismos se activan en tu cerebro y tras unos 10 segundos de duda, lo más probable es que tu cerebro revele una respuesta maquillada. Sin embargo, si se lo preguntamos a un niño o una niña, lo normal es que responda rápido de manera rotunda, sincera y libre de condicionamientos. Seguramente su justificación resulte chocantes o simples. Esto no significa que lo tengan más claro que nosotros. Que arrastren una idea preclara del concepto de felicidad, como mucho significa que, a pesar de su frescura, curiosidad y rapidez mental, libres de condicionamientos y normas no escritas, heredan nuestra torpeza en el lenguaje y en la codificación de las ideas. ¿Por qué, como transmitir un pensamiento que intuimos tan complejo, si ni siquiera nos hemos parado a darle forma?

Al poco tiempo de escalar por el mito de la felicidad, nos vamos dando cuenta de que las respuestas a nuestras preguntas se van edificando con las construcciones sociales modernas. Vamos añadiendo posibles ingredientes sin demasiado análisis ni certeza. Un joven que, si te quiere responder lo haría con un: mmmm bua, y cuanta más experiencia adoptamos, más titubeamos; porque la felicidad comienza a convertirse en un algoritmo complejo en el que entran en juegos decenas de incógnitas, un confuso análisis de las expectativas en el marco de nuestros sueños, el estatus, la economía, el plano sentimental, la cantidad de placer acumulado y eso desde un marco cuantitativo, porque desde el cualitativo, directamente nos lanzamos al debate o perdernos por los ramales del galimatías.

Es confuso en lo que derivan tantos enfoques. La felicidad termina siendo difícil de definir, porque a priori parece difícil de comprender, requiere un análisis y un grado de autoconocimiento que no resulta sencillo u oportuno; no cabe en nuestra rutina o sencillamente nos asusta analizarlo, no vaya a ser que descubra lo infeliz que soy y eso trastoque mis planes. La ventaja es que hoy en día disponemos de la neurociencia y de los estudios de la psicología, la ciencia conductual y cognitiva; y esa es una luz que ya quisieran haber tenido los estoicos.