La verdad

David Rodríguez Vivanco 

¿Si existe un concepto que una de manera sistemática desde la partícula más elemental hasta la propia existencia del universo? ¿Si hay un punto angular que soporte la cúpula del pensamiento universal? ¿Si hay metas en el camino? Pues existe un simple adoquín físico que recoge nuestros pasos, se llama verdad.

La verdad es una gran palabra, una idea titánica y demasiado sencilla, sinónimo de lo tangible y de lo elevado, es la física y la metafísica, es una idea tan cercana a la luz que en la enorme proyección de su sombra cabe toda la historia de la miseria humana.

Es el bosón de Higgs que proporciona más a la realidad, es el tablero y las normas del juego, algo tan berreado y a la vez tan intocable y poderoso que una simple mención puede hacer que se agriete la realidad y se tambaleen las torres.

A lo largo de nuestras vidas hemos redefinido la felicidad, hemos desafiado al miedo y con esa energía con la que se pasa de la potencia al acto estamos dando los primeros pasos con la vista puesta en el suelo y en el horizonte, porque ambos son la verdad. Pero por el camino hay laberintos, callejones sin salida, publicidad de todo tipo, hay trampas que dan realidad aumentada, simulaciones orquestadas y un centenar de casillas que pretenden confundirnos, adoctrinarnos y dejarnos tuertos.

En filosofía, así brevemente, la verdad implica siempre una relación entre una inteligencia, es decir, un sujeto y un objeto, o lo que es lo mismo, la realidad.

Como tal, la verdad es la concordancia del pensamiento con lo real. Esta formulación arrancada del pensamiento de Aristóteles mantiene vigencia hasta la actualidad. Santo Tomás de Aquino decía que la verdad era la inteligibilidad del ser y la correspondencia de la mente con la realidad. Para Kant, la verdad era una perfección lógica del conocimiento, en cualquier caso, la verdad desde una dimensión humana es un juicio que no puede ser refutado racionalmente, en este sentido la verdad es lo opuesto a la falsedad, la mentira, el embuste, la farsa y la falacia.

Pero si nuestra sociedad tecnológica se ha construido a través de la evolución del conocimiento, y dicho conocimiento, objeto sujeto, nos acerca a la verdad: ¿Cómo puede ser que el ser humano deje a su paso un reguero tan marcado de manipulación, sometimiento y violencia, abanderada por el dogma y mentiras? Habrá quien quiera explicarlo a través de la indulgente ignorancia del pasado, el monopolio del saber, las viejas censuras, las tiranías de las religiones y los regímenes despóticos; pero resultaría un poco pretencioso pensar que vivimos en una cultura construida sobre la verdad.

Es evidente que hay menos analfabetismo y más titulados que nunca, pero ¿cómo se explica que incluso hoy, vivamos en un entorno donde proliferan versiones tan infectadas y delirantes de la verdad? Podríamos ruborizarnos, si somos un poco autocríticos.

¿Acaso el siglo XXI será famoso por ser el siglo de la verdad?… Verdadero fue internet, el advenimiento de un mesías tecnológico que nos ha regalado el título de “Sapiencia Universal” ¿Está nuestra inteligencia más preparada para enfrentarnos a la verdad que la de aquellos que frecuentaban el ágora en la Grecia clásica? No hace falta responder, son preguntas retóricas que como mucho merecen una tos de mentira.