Galo Guerrero-Jiménez
Las ideas, las teorías, los enunciados, la imaginación, la creatividad, la reflexión, la investigación científica, tecnológica, humanística y las proposiciones artísticas, filosóficas, antropológicas, teológicas y desde otras índoles epistemológicas y pragmáticas, son la expresión cultural más viva y elocuente de lo que es nuestra condición humana, siempre compleja y, al mismo tiempo, fascinante y, por ello, estudiada desde múltiples ópticas gracias al enorme potencial cognitivo estético, axiológico y lingüístico que tiene nuestra mente para reflexionar sobre lo que es el ser humano, a dónde va, qué le espera, por qué es así y cómo se va fraguando la conducta humana personal desde el conglomerado social al cual pertenece cada ser humano.
Pues, los científicos cognitivos aseguran que “la mente está formada por varios componentes, incluidos un sentido moral, una capacidad para amar, una habilidad para razonar que reconoce si un acto se ajusta a los ideales de la bondad y una facultad de decisión que determina cómo comportarse” (Pinker, 2021a) desde una ética situacional, es decir, desde un contexto cultural expreso y evidente en el accionar cotidiano, el cual conforma un ambiente único, exclusivo en cuanto a la formación con la cual se va educando cada ser humano en el trayecto de su travesía situacional.
En tal sentido, el mundo en el cual nos movemos, siendo objetivo por la infinidad de materia con la cual está hecho, en el fondo es visto y asumido en su praxis desde una proyección mental, profundamente subjetiva, pero con una energía vital que lo impulsa a comprometerse con los demás existentes desde el nivel individual de su conciencia que es la que moldea su pensamiento y su lenguaje para comunicarse y actuar desde una relaciones humanas muy específicas con las cuales se hace una visión del mundo.
¿Cuál es su visión del mundo, entonces?, dado que “todos estamos condicionados en mayor o en menor medida por nuestra historia personal y la cultura a la que pertenecemos (…). [En este orden,] la conciencia de que nuestros sentimientos no son necesariamente los de los demás, junto con el impulso a crear vínculos sociales con nuestros semejantes, dio nacimiento al lenguaje y al arte, a la poesía, al dibujo, a la danza, a la escultura… y a la música” (Levitin, 2019) desde la cognición y la estética más sentidas y, con la viva elocuencia de que queremos expresar nuestra mejor visión del mundo.
Y para que así sea, hay que acercarnos a otras visiones del mundo que están plasmadas desde un lenguaje específico que cada artista, investigador, científico y/o humanista lo asume desde su experiencia intelectual, la cual “suele llegar a nosotros en un período de tensión: un plazo por vencerse, la necesidad apremiante de resolver un problema, una crisis de uno u otro tipo. O bien, puede ser resultado del trabajo incesante en un proyecto. En un caso u otro, presionados por las circunstancias, nos sentimos inusualmente vigorosos y concentrados” (Greene, 2020) para dejar constancia de esa visión del mundo en un texto escrito que, cuando llega axiológica y estéticamente a la mente de un lector activo, este se ufana de esa visión del mundo porque sabe que “los libros no contienen únicamente virtudes informativas, sino sobre todo una serie de valores culturales, fundamentados en la tradición de los siglos. (…) [y, porque sabe también que] la lectura (…) no debe reducirse a un registro de eficiencia, porque en la soledad del lector, este no piensa que lee para instruirse, sino que lee tan solo (pero ni más ni menos) por el sencillo hecho de existir” (Argüelles, 2017), gracias al contagio fervoroso de un ente pensante que, hermenéuticamente, le ofrece a ese asiduo lector, esa visión del mundo para asociarla pragmática, placentera, responsable y armónicamente con la suya.