Juan Luna Rengel
Una de las grandes dimensiones en la vida de las personas que también contiene una dosis de espiritualidad y religiosidad, es la gratitud, la capacidad de decir siempre gracias, no sólo como precepto a ser pronunciado, sino como una forma de ser y de vivir, es pocas palabras es una actitud de vida.
Para empezar, quiero participarles esta pequeña historia encontrada en el internet:
“Érase una vez un niño que jugando en el muelle del puerto se cayó a las aguas profundas del océano. Un viejo marinero, sin pensar en el peligro, se lanzó al agua, buceó para encontrar al niño y finalmente, agotado, lo sacó del agua.
Dos días más tarde la madre vino con el niño al muelle para encontrarse con el marinero. Cuando lo encontró le preguntó:
– «¿Es usted el que se lanzó al agua para rescatar a mi hijo?
– «Sí, yo soy», respondió. La madre le dijo:
– «¿Y dónde está el gorro de mi hijo?” (Félix Jiménez, escolapio)
La historia devela dos actitudes muy claras. La del marinero que arriesga su vida para salvar a un niño que sucumbe en las tormentosas aguas del océano. Su experticia y conocimiento lo lleva a lanzarse sin contratiempo, sin dudas, sino con ímpetu, pues, no se trataba del niño únicamente, sino de su vida y la de su familia que ausente del hecho hubiese lamentado las consecuencias. El marinero es el héroe.
La segunda actitud es el de la madre del niño, que revestida de “no se qué”, al encontrarse con el marinero, no le agradece, sino que reclama la gorra del pequeño. Sin duda, los ojos de la madre no estaban en la vida de su pequeño, sino en una prenda de vestir, en los bienes. En su esencia de madre no estuvo la capacidad de agradecimiento y reconocimiento del sacrificio del otro, la soberbia de su forma de vivir prevaleció ante el heroísmo arriesgado del humilde hombre de mar.
Debemos dar gracias siempre por los acontecimientos extraordinarios que vienen a nuestra vida, hay días que recibimos tantas cosas buenas, propositivas, que animan; sin embargo, no sabemos ser gratos y agradecidos con los dones, con los bienes que recibimos. Me pregunto, ¿si las estrellas salieran solo una noche al año, todos nos pasaríamos esa noche horas sin dormir para poder contemplarlas? Yo sí y extasiado de la magnitud de su belleza y despliegue en el firmamento me inclinaría reverente al creador, dueño, hacedor y ordenador que lo que tenemos.
En esta sociedad en la cual tenemos un espacio para vivir, trabajar y servir vale la pena, por un momento al día, al mes, al año, o quizá en toda nuestra historia de vida, hacer una pausa a la cotidianidad y mirarnos a sí mismo, mirar a nuestro alrededor y descubrir lo que tenemos y hemos recibido para saber decir gracias, reconocer que, como seres limitados, no es todo por nuestros méritos, sino que emana de la inspiración divina cuya mirada está presente para lanzarse hacia nosotros y salvarnos. No debemos preocuparnos por la gorra, sino mirar lo trascendental, la vida.