Si tuviésemos que elegir, seguramente escogeríamos la opción que presente las menores dificultades. Si bien, es comprensible el deseo de no complicarnos la vida y seguir el camino fácil, lo que no es aceptable sociedades como la nuestra llegan al extremo de aplicar con frecuencia la ley del menor esfuerzo y luego el malestar es generalizado pues no se está a la altura de lo que requieren los tiempos y seguimos envueltos en la interminable espiral del subdesarrollo. A nivel personal sucede algo similar, rehuimos todo aquello que requiere esfuerzo, para luego quejarnos de la vida que tenemos.
El Señor Jesucristo nos dice “Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conducen a la perdición; por eso muchísimas personas los prefieren. En cambio, estrecha es la puerta y angosto el camino que conducen a la vida, y muy pocas personas los hallan” (Mateo 7). Son muchos los que optan por el camino y la puerta ancha, porque es más “fácil” y se une a la mayoría que también opta por ellos. Las consecuencias están a la vista: corrupción generalizada, inseguridad, adicciones, amplia desigualdad económica, familias destruidas y la lista continúa.
El evangelio de Juan recoge las palabras de Jesucristo: “Yo soy la puerta; los que entren a través de mí serán salvos” (Juan 10) y “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14). Es indudable, la puerta y el camino es Cristo Jesús. Y si el camino y la puerta ya nos fueron dados ¿por qué buscamos otra alternativa? Quizá la respuesta se encuentre en el deseo de independencia del ser humano, en el deseo de no sentirse limitado, en la búsqueda de no depender de nadie y mucho menos del Creador.
La puerta puede ser vista como “estrecha” ya que el deseo generalizado es entrar por ella y seguir viviendo como se está acostumbrado, vivir como se quiere vivir y esto no es posible. Entrar por la puerta estrecha y seguir el camino angosto requiere que muramos a nosotros mismos y nos sometamos completamente a Dios. “Si alguno quiere seguirme, dice Jesucristo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mateo 16). Negarse a sí mismo y tomar la cruz es abandonar lo que éramos de manera definitiva y seguir hasta el fin de nuestros días a Jesucristo a pesar de cualquier circunstancia. El llamado de Jesucristo es radical, con Él no hay medias tintas, lo sigues o no.