Para estar más allá de donde estamos

Galo Guerrero-Jiménez

Nuestros pensamientos  y emociones se modifican continuamente en la medida en que nos comprometemos en el acto de pensar la lengua desde la reflexión más sentida, cuando indagamos del por qué de las cosas, de la vida, de la naturaleza, es decir, en la medida en que filosofamos para comprender lo que deseamos conocer, lo cual lo hacemos a través de porciones de pensamiento traducidas en enunciados, en oraciones, en frases, en párrafos y, por ende, en el campo de la escritura, desde la redacción de un artículo o libro científico, ensayístico, literario, filosófico o de la índole temática que el especialista desee dejar constancia de su labor cognitiva que llega a plasmarse en un compendio de lenguaje debidamente pensado, aunque en el camino de procesamiento del acto pensante no siempre esa información quede perfectamente elaborada para que sea entendida, comprendida y analizada debidamente por el lector, en virtud de que cada uno, a su manera, y dependiendo del nivel de su formación,  sabrá adentrarse en ese compendio de información para captar lo que le sea posible, dado que, como señala el filósofo  Wittgenstein:

“Comprender una oración puede querer decir: ‘saber lo que la oración dice’, esto es, poder responder a la pregunta ‘¿Qué dice esta oración?’. Es frecuente la concepción de que podemos exhibir nuestra comprensión solo de una manera imperfecta; que, por así decirlo, la podemos señalar desde lejos o acercarnos a ella, pero nunca tocarla con la mano, y que la última cosa no puede nunca ser dicha. (…) La comprensión no puede exhibirse; es algo interno, espiritual” (2007).

Desde el fondo de nuestra psique, entonces, alimentamos fenomenológica y hermenéuticamente nuestra condición intelectual y emocional desde una diversidad de sentidos que nuestro metabolismo mental los procesa y/o espiritualiza en la media en que, a su manera, comprende e infiere esa información hasta hacerla conocimiento. Así se fortalece el acto de pensar provocado por “la experiencia de la intersubjetividad como vivencia primera de la sociabilidad, derivada del ser-con los demás”. (…) [desde esta realidad] la reflexión es fecunda y supone un beneficio hecho posible por el carácter abierto de nuestra conciencia. Si así no fuese, la reflexión sería un acto simplemente inútil o, por lo menos, no conduciría al hombre hasta más allá de donde está” (Maceiras, 2001).

Por lo tanto, para estar más allá de donde estamos, entra en juego la experiencia de la intersubjetividad con el texto que se tonifica desde la intrasubjetividad para que nuestra reflexión sea fecunda  desde esa experiencia personal, en virtud de que “la lectura tiene una serie de funciones individuales y sociales, como mantener en ejercicio la lengua como patrimonio colectivo y contribuir a crear una identidad y una comunidad, que a veces no se advierten sino cuando pensamos en cómo la tradición literaria [y/o científica] ha modificado, a lo largo de los siglos, nuestro pensamiento y nuestra emoción” (Argüelles, 2017).

Esta modificación cognitiva que la recibimos desde el pensamiento más altamente calificado del texto que nos encamina a estas constantes reflexiones, se da por la influencia del ámbito socio-cultural y se canalizan “gracias al lenguaje, [pues] las ideas no solo se abstraen y se combinan dentro de la cabeza de un único pensador, sino que pueden ser compartidas por una comunidad de pensadores” (Pinker, 2021), hasta lograr no solo un determinado tipo de conocimiento del mundo, sino de una sabiduría que podría elevar nuestro pensamiento intelectual y nuestros sentimientos morales, para aprender a convivir armónicamente en una sociedad que hoy necesita, urgente, un adecuado contingente humanístico.