¿La razón?

David Rodríguez Vivanco

Sin duda, los seres humanos estamos predispuestos a defender con pasión temas indefendibles como si bastase con el uso de la retórica, la fe y la fuerza del consenso y del grupo. En realidad, y esto lo vemos a diario en la televisión, gana el debate quién mejor habla y quien más amigos tiene en su bando. Lo que es crucial entender es que venimos equipados con la chispa necesaria para subirnos a un transporte para empujar y ser parte de un grupo, pero también venimos equipados con una importante resistencia al desencanto, con mecanismos psicológicos que casi nos obligan a retorcer la realidad con tal de no bajarnos de la burra, incluso cuando la evidencia nos abofetea.  Cognitiva y disonancia de Festinger, dos de los principales ingredientes de la naturaleza humana, aunque esto se merece su propio artículo.

En resumen, no nos gusta no tener la razón y más si hemos dedicado públicamente numerosos esfuerzos a la defensa de una postura.

Nuestros mecanismos internos en ocasiones son incompatibles con la humildad y la valentía necesaria para admitir que estábamos equivocados o que carecíamos de la información necesaria cuando se desarticula una secta y los entregados miembros ven huir a su amado líder. En sus caras se refleja la misma mirada del pseudocientífico que ve como falla su experimento para desmontar la falacia creída, esa mirada tiene un instante de descoloque, antes de activarse el mecanismo que retuerce la realidad. Como si la concordancia sólo dependiera de ajustar un poco el experimento, o de justificar que, en realidad, tras años de entrega, no éramos dignos del líder, o que su desaparición nos ponía a prueba para salir a predicar su palabra en solitario.

¿Por qué bajarse del transporte si se puede añadir una naranja más a los malabares durante un tiempo?

La verdad, la concordancia, tal y como hemos aprendido, está en una búsqueda personal que nace de la acción de caminar por propia voluntad, por el camino. Conviene recordar que la verdad es una idea pura, independiente de los consensos que somos capaces de generar; que las luces brillantes del siglo XXI son de neón; que no debemos hacer proselitismo de nuestras concordancias ni mucho menos de nuestros consensos; que enzarzarse en grandes debates con negativistas nos clava los pies al suelo; y por último, que sería interesante conocer nuestras propias resistencias al desencanto para abrir paso a la valentía y la humildad de reconocerse en el error.

Reconocernos ayuda a modificar en mayor o menor medida a la ruta y las rutas que no se modifican nunca no nos acercan a la verdad.

Así que, en cualquier caso, a quien desee caminar, que elija un buen camino para andar.