Algunas precisiones obligatorias

Acerca de la carta del señor embajador Eduardo Mora Anda, publicada el 04 de septiembre de 2023 en el Diario Crónica. El firmante, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y corresponsal de la Academia Argentina de Historia, empieza diciendo en dicha carta que ha llegado a saber “que se quiere derrocar el muro del convento de las Conceptas de Loja, para edificar allí, al parecer, un centro comercial.”

Las expresiones ‘al parecer’, ‘seguramente’, ‘dicen que’, ‘no sé si’, ‘parece que’ y otras del mismo tono, si bien no corresponden al corresponsal  de una academia de historia, sí son en cambio el mejor preámbulo para un cúmulo de infundios ahistóricos, de los cuales solo aclararemos unos pocos para no ser exhaustivos:

Dice el señor embajador que el convento de las madres Concepcionistas fue restaurado por su padre Eduardo Mora Moreno cuando fue alcalde de Loja. Pero en los archivos de dicha comunidad no consta ninguna restauración previa  a la primera renovación edilicia, que fue llevada a cabo por la primera alcaldía del Ing. Bailón, a fin de convertir la antigua capilla en un museo de arte religioso, contando para ello con los respectivos estudios, siendo obispo de Loja Mons. Hugolino Cerasuolo.

Dice también el señor embajador y corresponsal de la Academia Argentina de Historia, que en 1858 un terremoto derribó las torres de San Francisco y afectó la iglesia de San Agustín, y que en 1901 “el tercer obispo de la villa hizo derribar lo que quedaba de ella y sus altares los vendió a un comerciante chileno”.  Se debe aclarar que Loja no tenía obispo en 1901; y que el tercer obispo de “la villa” no fue Carlos María de la Torre, como afirma el señor embajador, sino Mons. Massiá, que para 1901 estaba desterrado en Lima, donde murió en 1902. La iglesia de San Agustín, erigida en 1581, fue severamente dañada por los terremotos de 1748 y aún más por el terremoto de 1797, sufriendo por desgracia daños irreparables tras el flagelo sísmico de 1857 (no de 1858 como afirma el autor de la carta). Por lo demás, los agustinos habían abandonado ya dicha iglesia en 1870, y los Hermanos de las Escuelas Cristianas, recién llegados a Loja, destinaron el convento agustino para el funcionamiento de sus aulas de clases. Cuando Eloy Alfaro expulsó a los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1897, todo ese conjunto patrimonial pasó a propiedad de la Sociedad de Obreros de Loja, quienes derribaron el templo en ruinas a finales de la década de 1950. A tenor de ello se debe aclarar que el cardenal Carlos María de la Torre (“tan afamado sin razón”, como dictamina el señor diplomático) fue obispo de Loja en el periodo de 1912-1919, y que por lo tanto nada tuvo que ver con la demolición de la mencionada iglesia, dado que ella ocurrió treinta años más tarde, cuando ya no era propiedad de la diócesis de Loja.  

El señor embajador afirma también que el séptimo obispo de Loja, Luis Alfonso Chiriboga, destruyó la casa de Alonso de Mercadillo, “que por sucesivas donaciones había llegado a ser Palacio Episcopal”. Pero lo cierto es que dicha casa fue comprada por la diócesis de Loja a doña Alegría Bermeo y Manuel Alejandro Carrión Riofrío el 21 de octubre de 1887. En la escritura pública se dice que los vendedores recibieron dicha casa como herencia. Siguiendo la genealogía de sus propietarios precedentes (los Carrión Riofrío, Carrión Pinzano, Carrión y Valdivieso, y Carrión y Merodio) nos remontamos hasta 1630, sin mención alguna de Pedro de Lescano, segundo marido de doña Francisca de Villalobos y heredero final de la viuda de Mercadillo. Por lo demás, las más antiguas fotografías de dicha casa reflejan una arquitectura vernácula decimonónica, en el supuesto de que una construcción del siglo XVI pudiera haberse mantenido en pie por más de cuatro siglos. Más aún, no existe hasta hoy ninguna prueba de que el solar en cuestión haya sido propiedad del capitán Mercadillo.

Sostiene además el señor embajador que vendieron (“no sé si el obispo”, dice él) la iglesia y torre de las Monjas Conceptas, afirmando que en dicha torre estaban enterrados don Juan de Salinas, Juan de Alderete, y otros fundadores de la ciudad. Se debe aclarar que don Juan de Alderete está enterrado hasta hoy bajo el presbiterio de la misma capilla, porque así lo solicitó él en su testamento, y que los restos de don Juan de Salinas reposan en la iglesia de los dominicos, como lo pidió también él en vida. En cuanto a la casa de don Juan de Salinas, ubicada en la esquina de las calles Olmedo y 10 de Agosto, propiedad del historiador Alfonso Anda Aguirre, se puede ver en qué la han convertido los afanes comerciales de algunas personas, para usar la misma expresión del señor diplomático.

El señor embajador manifiesta asimismo que un obispo de nombre Hugolino, costeño, “reconstruyó” (las comillas soy suyas) la iglesia catedral solo para buscar un tesoro que se habría enterrado junto con los restos del obispo Checa. En realidad Mons. Checa, arzobispo de Quito, fue envenado en la ciudad capital el viernes santo de 1877, y sus restos reposan desde entonces en la misma iglesia catedral de Quito, sin que se haya hecho justicia contra los perpetradores de ese crimen infame. En cuanto a aquello de que “parece que se vendieron algunas esculturas de Caspicara”, se puede constatar el sitio de la catedral en donde están esas obras, igual que los retablos renacentistas, tallados y dorados, que se exhiben hasta hoy en el Museo de las Monjas Concepcionistas.

Ante esta tendenciosa suma de falsedades que rezuman un lamentable anticlericalismo vitriólico, se debe dejar en claro que las congregaciones eclesiásticas han sido las más celosas custodias del patrimonio cultural tangible e intangible, sobre todo de carácter religioso, no solo en el país sino en toda Hispanoamérica y demás dominios de los cinco continentes donde el gran Imperio español dejó su huella como el más grande generador de cultura, promoción humana, económica, espiritual y social que registra la historia.

Pero llegando al punto neurálgico de la carta del señor diplomático, poeta, pensador, ensayista e historiador Mora Anda, se debe anticipar para ello que ya en el mandato liberal de Leónidas Plaza Gutiérrez (1912-1916) se expropió a las madres concepcionistas de Loja las propiedades de las que dependían ellas para el sostenimiento de su monasterio, a cambio de una renta anual de 1 500 pesos, que jamás llegó a pagárseles cumplidamente, deviniendo más tarde en 1 500 sucres y finalmente en 1 500 dólares anuales, partida que fue suprimida por el presidente Rafael Correa. Sumidas en la penuria, las religiosas se vieron obligadas a vender en 1963 una franja de su monasterio para reconstruir el resto que estaba en ruinas. Hoy las religiosas sobreviven a duras penas mediante la venta de unos pocos productos elaborados por ellas mismas, ya que la totalidad de las limosnas deben destinarlas al pago de la regeneración urbana (1 230,00 USD mensuales), a tal punto de que la poca leche que pueden consumir deben destinarla únicamente para las religiosas enfermas. Por lo demás, en lo referente a “derrocar el muro”, como dice el señor embajador, la superficie a intervenir corresponde tan solo a un 2.7 % del área total del muro. De ningún modo se ha pensado en derruir el muro entero, de 513 m2. El área destinada a refacción está totalmente destruida  por la humedad y abandonada, debido a lo cual las religiosas han resuelto, no movidas por meros afanes crematísticos, aprovechar las impostergables obras de sostenimiento del muro que da a la calle Rocafuerte (de cimentación defectuosa desde el inicio) para abrir unos pocos locales comerciales cuyo arriendo contribuya al legítimo sostenimiento del monasterio, sin atentar contra su silueta patrimonial. Esta medida se hubiera podido evitar si todos a su tiempo hubieran aportado con ideas y medios para solucionar el problema de fondo.

Así, de la manera más respetuosa y en los términos más comedidos se responde a la carta publicada por el señor embajador Mora Anda, acotando lo antes expuesto con una frase del restaurador francés Viollet-le-Duc: “Restaurar un edificio no es mantenerlo o rehacerlo, es restituirlo a un estado completo que quizá no haya existido nunca.”

Luis Salvador Jaramillo

P. Nilo Espinosa