La lectura, actividad esencial del aprendizaje

Luis Antonio Quizhpe

La lectura, en una primera fase, es la habilidad lingüística en la que entran en juego categorías conexas como: escuchar-hablar (función expresiva) y leer-escribir (función comprensiva). En una segunda fase es un proceso complejo, dinámico y progresivo en el que operan conductas neuropsicológicas, neuromotoras, cognitivas, psico-socio-afectivas ambientales y culturales. Aquí entran en juego la comprensión, la interpretación, la reacción, la interacción, la transferencia o aplicación.

Por lo tanto, es un proceso interactivo de comunicación entre el texto y el lector, quien al procesarlo como lenguaje e interiorizarlo, construye su propio significado. En este ámbito, la lectura se constituye en un proceso constructivo al reconocerse que el significado no es una propiedad del texto, sino que el lector lo construye mediante un proceso de transacción flexible en el que conforme va leyendo, le va otorgando sentido particular al texto según sus conocimientos y experiencias, en un determinado contexto.

Desde una visión constructivista, “la lectura se convierte en una actividad eminentemente social y como el instrumento eficaz para conocer, comprender, consolidar, analizar, sintetizar, aplicar, criticar, construir y reconstruir los nuevos saberes de la humanidad y en una forma de aprendizaje esencial para el desarrollo humano”.

Entonces, la lectura viene a ser una práctica individual y colectiva, mediante la cual las personas adquieren capacidades para interpretar la realidad en la que se desenvuelven, además de crear sentidos y significados, a fin de que se lean no solo textos escritos, sino también audiovisuales, vivencias, historias, rostros, paisajes, espacios, territorios, películas, cuerpos.

Para que la lectura se convierta en actividad esencial de la vida de los seres humanos, debe arrancar desde el hogar, luego potenciarla en la escuela, en el colegio, en la universidad y en todos los contextos socioculturales. Para que esto sea posible, se debería partir de una política gubernamental que inserte contenidos curriculares claves para que todo ciudadano se encarrile en la lectura hasta convertirla en hábito. Solo así un Estado, estaría reconociendo la necesidad de fomentar los comportamientos lectores y los insumos de lectura, para promover una sociedad equitativa, soberana y libre.

Por ventura, en nuestro país, no ocurre aquello. Por diez años vivimos una época de oscuridad, sin Plan Nacional de Lectura. El gobierno de Moreno lanzó con bombos y platillos el Plan Nacional de Promoción del Libro y la Lectura “José de la Cuadra”, pero no cumplió con el estímulo al lector, fortalecimiento bibliotecario y fomento del sector editorial. A medias funcionaron los tambos de lectura; la formación de mediadores de lectura quedó a fojas cero, pero se gastaron miles de dólares en pago de gerente, 27 burócratas y, para no levantar sospechas, hicieron convenio con la Organización de Estados Iberoamericanos.