¿A quién iremos?

Fernando Oñate

¿Sabía usted que 1 de cada 3 ecuatorianos es emprendedor, pero el 90% de los emprendimientos quiebra antes de los 3 años? ¿Sabía usted que tan solo el 32% de los ecuatorianos cuenta con un empleo adecuado y pleno? ¿Sabía usted que se requerirían 110 años para pagar una casa si el salario es cercano al básico? ¿Sabía usted que en el Ecuador se ofertan cupos tan solo para el 30% de los estudiantes que se gradúan? ¿Sabía usted que en el Ecuador la edad promedio para iniciar el consumo de alcohol es 12 años? ¿Sabía que en Ecuador un matrimonio dura 15 años en promedio?

Estas estadísticas son solo una pequeña muestra de la difícil situación que vive la sociedad ecuatoriana y ante este panorama cabe preguntarnos ¿en nuestras horas más obscuras, en quien podremos confiar? ¿políticos?, ¿abogados?, ¿amigos?, ¿chulqueros? ¿algún buen samaritano?, ¿tendrán ellos sabiduría?, ¿tendrán misericordia? “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?” (Lucas 6).

Los hechos de nuestra vida son consecuencia de nuestras decisiones, nosotros decidimos el camino. La recomendación de Jesucristo es muy clara “Entren por la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta y espacioso el camino que conduce a la destrucción, y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran (Mateo 7)”.

Cuando Jesús observó que muchos de sus seguidores se alejaban, confrontados por su palabra y enceguecidos por sus afanes y su religiosidad; preguntó a sus discípulos: “¿También ustedes quieren marcharse? “La respuesta de Simón Pedro no deja lugar a dudas: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6). Simón Pedro reconocía que solo podía recurrir al Hijo del Dios Viviente, tenía claro el camino que debía seguir; y nosotros, ¿lo tenemos?

Las palabras de vida eterna solo provienen de Jesús, el pronto auxilio viene de Él, la paz que sobrepasa todo entendimiento es gracias a Él. No en vano el rey David cantaba “¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu! ¡Jamás podría huir de tu presencia! Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo a la tumba, allí estás tú. Si cabalgo sobre las alas de la mañana, si habito junto a los océanos más lejanos, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu fuerza.” (Salmo 139). “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4), solo Cristo.

¿A quién iremos? Indudablemente a Jesús.