Galo Guerrero-Jiménez
Aprender a construir una adecuada competencia y compartencia cultural desde la niñez y desde la adquisición de hábitos de lectura para el fomento de un ocio de calidad comprendiendo y disfrutando de la lectura de textos literarios que van acorde a la edad en sus etapas de bebé, niñez, adolescencia y juventud, es una enorme y grata responsabilidad de mediadores que sean competentes en el tema de abordaje del texto literario que bien puede ser el padre y/o madre de familia cuando, por ejemplo, busca un espacio para leerles a voz alta a sus hijos y luego, y eso es lo enormemente gratificante, aprender a compartir voluntariamente la lectura en voz alta alternando la voz entre padres e hijos: uno lee un párrafo y el otro continúa con la lectura y así, sucesivamente hasta que si es del caso, se abre un espacio para el comentario libremente asumido para opinar de las acciones, ambiente y caracteres de los personajes o de lo que se le ocurra a los contertulios, en especial al niño que hay que saber escucharlo y ponerle la máxima atención en sus opiniones que siempre son sinceras y cargadas de una enorme dinamia estética si aprendió a disfrutar de esa circunstancia lectora.
Pues, el atractivo de la lectura en sí misma como disfrute es lo que prevalece a la hora de leer en familia, e incluso en una clase escolar, y qué mejor cuando ese pequeño lector se acerca al texto por el deseo de leerlo sin presión de nadie, sino porque siente la necesidad de leer con naturalidad en el espacio y tiempo que cree que le es el más propicio.
Y es que, para que esto suceda, solo será posible cuando, tal como sostiene el investigador literario Carlos Lomas, a “la literatura no se la conciba ya como un repertorio de textos consagrados por la tradición académica y susceptibles de ser estudiados en torno al eje diacrónico de la historia ni de ser analizados con complejas metodologías con el fin de identificar los entresijos de su literariedad sino como una herramienta comunicativa mediante la cual las personas intentan dar sentido a la propia experiencia, aclarar su identidad individual y colectiva y utilizar el lenguaje de un modo creativo” (1999), tal como lo hace el padre o madre de familia, e incluso el docente en los primeros años de escolaridad cuando el adulto y el mismo niño leen modulando la voz y asumiendo gestos corporales que le ayudan al pequeño lector a entender y a disfrutar esa historia, con lo cual se sale del rígido academicismo escolar o de la imposición del padre de familia cuando lo obliga a leer a través de una orden tajante.
En este orden, para que el disfrute y ese ocio lector sean los más inolvidables, desde hace algunos años, los escritores, las editoriales y los expertos trabajan en la publicación de un campo especial de colecciones y de textos denominado literatura infantil y juvenil, campo en el que prevalecen las aventuras, los relatos de ciencia ficción, la narrativa urbana protagonizada por niños y jóvenes y una serie de temas cuya introspección psicológica va en consonancia con la vivencia y gustos que en esa edad son evidentes en el desarrollo de la niñez y la juventud.
Así, “el tipo de argumentos, personajes, escenarios, acciones y temas de este género específico de textos favorece el diálogo del adolescente con el texto, fomenta una actitud más abierta y menos académica ante el libro y estimula su interés por la lectura” (Lomas, 1999). Y leer, de esta manera, ante todo, porque hoy más que nunca, “las posibilidades infinitas y tumultuosas de una pantalla táctil nos distraen; en cambio, un relato leído en voz alta [o desde el silencio más sentido] nos atrapa la mente, haciendo que prestemos una atención intensa y sostenida” (Cox Gurdon, 2020) para que estética, lingüística y culturalmente podamos sentir, brindar y generar creativamente belleza a la vida.