P. Milko René Torres Ordóñez
Una lectura atenta de la Palabra de Dios, con frecuencia, nos deja sin palabras. La Sagrada Escritura tiene un sentido desbordante. Me apoyo en la valiosa consideración de la literatura rabínica. Comenzamos un nuevo mes. La referencia aplica a quienes damos gracias a Dios porque nunca termina de interpelarnos, a veces con sacudones, como a Jeremías, Pablo y Pedro. La vocación es el don que logra su máxima recompensa con una entrega incondicional, a prueba de fuego. Un joven, Jeremías, estigmatizado como “Profeta de las lamentaciones”, se confiesa. Su lamento es sincero.
No tiene otra connotación: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste”. Dios lo puede todo. Nos ha creado con libertad para amarnos radicalmente. Sin embargo, nos exige sobremanera, hasta el colmo del anonadamiento: “He sido el hazmerreír de todo; día tras día se burlan de mi”. Admiro la nobleza de Jeremías: “Pero había en mí como fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía”. ¿Cuántos profetas como Jeremías encontramos en nuestro tiempo, dispuestos a no renunciar a su misión? Pienso en Nicaragua. En el carisma de los jesuitas, acusados de “formar terroristas”. Me parece que es innegable el deseo de repetir la confesión del Profeta. El fuego de su amor, como en Pentecostés, inflama el mundo con buenas noticias. “Señor, mi alma tiene sed de ti”, canta el Salmista. “A ti se adhiere mi alma y tu diestra me da seguro apoyo”. Todo es posible gracias a Aquel que nos sostiene. Tan fuerte como la elegía de Jeremías es el exordio de Pablo: “Los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios”. La voz de Dios es viva, tanto o más que cualquier canto en el infinito. Gracias a ella muchos decidimos quemar las naves para quedarnos en tierra firme, como pescadores de hombres. Caminamos en el anuncio de la Buena Noticia con muchos tropiezos, altos y bajos. Nos comprometimos a mostrar nuevas maneras de actuar y de pensar. Lo agradable a Dios, no es, ni mucho menos, atractivo para la realidad del mundo que ofrece, como un mercado, un stock innovador de cuestiones ajenas a una vida digna. En esta sinfonía de tropiezos trato de meterme en la psicología de Pedro. Sus palabras, frente a las de Jesús, enseñan mucho. Es una cátedra de discernimiento: “Esto no te puede suceder a ti…”. ¿Por qué? La Buena Nueva de Jesús esparce el aroma de la cruz. No es un juzgamiento simple, ni humillante: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Jesús enseña a Pedro y a la humanidad a enfrentar las vicisitudes de la vida con criterios llenos de prudencia y de sabiduría. Sin ahondar mucho, las propuestas de Satanás para hoy son tan clásicas como el vino más añejo: “No intentes hacerme tropezar en mi camino…”. El Cardenal Robert Sarah reflexiona: “La tibieza de los cristianos es sin duda la raíz más profunda de la apostasía que estamos viviendo. La fe cristiana solo está completa cuando está viva”. Vamos a recibir lo que merecemos.