La virgen de El cisne, historia de migración e intercambio 

Por: Lcdo. Augusto Costa Zabaleta 

“Ninguna cultura se ha gestado, desenvuelto y llegado a la plenitud sin nutrirse de otras y sin, a su vez, alimentar a las demás, en un continuo proceso de préstamos y donativos, influencias recíprocas y mestizajes, en el que sería dificilísimo averiguar qué corresponde a cada cual” (Mario Vargas Llosa), el elefante y la cultura (1983). 

A inicios del siglo XVI se precipitaban los colonos españoles, recién llegados al nuevo continente, a preparar iglesias, conventos, imágenes sagradas y tantos otros detalles para transformar esas tierras, nuevas y distantes, en su verdadero hogar, llevaron su vida entera consigo: vestimentas, alimentos, animales, conocimientos, religión, familias; transportaron en grandes carabelas su cultura; esta llegada sería tan solo el inicio de una ola de migración que cambiaría el curso de la historia.

En medio de este escenario, hace 500 años, encontramos el pequeño poblado de El Cisne, ubicado en el territorio entonces conocido como la Real Audiencia de Quito, al sur de lo que hoy es la República del Ecuador; alrededor del año de 1560, cerca de la recién fundada ciudad española de Loja, se asentó esta pequeña aldea; se cuenta que luego de una fuerte sequía, La Virgen se apareció en el Cisne y milagrosamente puso fin al problema; a raíz de este hecho, alrededor del año 1594 los pobladores mandan a fabricar una escultura en honor a la Virgen María para glorificarla en su altar que evoque los más puros sentimientos de devoción en esta comunidad, que aún no llegaba a comprender  el catolicismo con toda la fuerza que años más tarde tomaría en la población amerindia. 

Este pedido fue encargado al renombrado escultor Diego de Robles, quién en 1584 había llegado desde España con sus instrumentos bajo el brazo y lleno de conocimientos de la escuela Sevillana, una de las más reconocidas de la época; en su taller el mismo dónde elaboró la Virgen del Quinche y la de Guápulo entre otras obras maestras que se desconocen aún, preparaba el pedazo de roble trabajado con gubias y cinceles; al concluir la talla en su soberbia forma, la policromo con la técnica del estofado, técnica tradicional, aprendida de sus maestros en su tierra natal. 

Casi 500 años después esta Virgen se mantiene en pie sobre su altar, ahora casi irreconocible con sus ropajes y su peluca, pero siempre la misma que llegó con los colonizadores, es conocida como la “Churona”; las fiestas de la Virgen de El Cisne son una manifestación cultural y religiosa tan nuestra, de los ecuatorianos, que ni cuando su imagen pasea en procesión por las calles de Madrid o de Lorca los españoles se atreven a poner en duda esta celebración como una expresión del pueblo ecuatoriano. 

Tras la Fundación de la ciudad de Loja bautizada por Alonso de Mercadillo en honor a su ciudad natal Loja de Granada, varias aldeas comienzan a surgir a los alrededores, una de ellas es El Cisne cuyo asentamiento data de alrededor del año 1560; cuenta los relatos de los creyentes, que la devoción de la Virgen de El Cisne en Loja inicia con la historia de una pastorcita a quién se le aparecía una mujer resplandeciente coronada de rosas quién le ayudaba a sus tareas en el campo. 

Lcdo. Augusto Costa Zabaleta 

Ced. # 1100310455