El baúl de los recuerdos: La romería de la “Churonita”

Efraín Borrero E.

El veinte y ocho de julio de 1829, Simón Bolívar dictó un decreto fechado en Guayaquil, cuyo texto reza: “Se concede Privilegio de Feria y exención de derechos a los efectos que se expendan en ella desde el doce de agosto hasta el doce de septiembre de cada año siguiente a la festividad de Nuestra Señora del Cisne, que anteriormente celebran en la parroquia de este nombre; que, de acuerdo con la autoridad eclesiástica de aquella jurisdicción, se trasladará anualmente a la ciudad de Loja”. Con ese mandato formalizó la que, con el tiempo, sería la romería más grande del Ecuador, y dio origen a la feria más antigua del país.

Una vez que se notificó al secretario del Despacho General, a quien se encargó su ejecución, y a las autoridades lojanas, se comenzó a trabajar en la planificación de acciones para garantizar el cumplimiento eficaz de la disposición del Libertador.

En cuanto al traslado de la Portentosa Imagen de Nuestra Señora del Cisne, evidentemente que las cosas no podían darse de la noche a la mañana; primero, porque estaba atado a la realización de la feria; y, luego, porque era necesario prever la ruta adecuada desde El Cisne, la logística, el adecentamiento de la ciudad, cuestiones protocolarias y aspectos de seguridad, más aún que el fervor de los lojanos por salir a recibirla era cada vez más creciente.  

Por José Carlos Arias conozco los preparativos que se programaron el catorce de diciembre de 1831 por parte del Concejo Municipal, con miras a las fiestas a realizarse en los meses de agosto y septiembre del año próximo, así como los informes que en junio de 1832 presentó la Comisión de Policía al Gobernador de la Provincia, haciéndole conocer que todo estaba a punto.  

La colectividad lojana esperaba ansiosa la llegada de la Venerada Imagen de la Virgen del Cisne “para que los libre del horrible verano que habían sufrido y las calamidades producidas como la falta de aguas, sequía en los sembríos y mortalidad del ganado”.

No era la primera vez que se invocaba su presencia por situaciones especiales, ya había ocurrido en otras ocasiones, pero sujetándose rigurosamente a un trámite especial.

Por ejemplo, en el año 1779 la peste bubónica asoló la ciudad de Loja y sus alrededores. El Mayordomo de esta ciudad se dirigió al Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento, expresando que: “habiéndose la gravísima consternación en que se halla este vecindario, comprimido de tan sangrienta y general peste, como la que se experimenta con lamentable destrucción y mortalidad de sus moradores, hallándose a la presente muchos enfermos de peligro, agonizando otros, sepultándose otros, otros sacramentándose y, finalmente, todos descompuestos y despavoridos, y no teniendo más refugio en la miseria que nos combate que el soberano patrocinio de la preeminente reliquia de Nuestra Reina y Señora del Cisne, solicita que interceda ante el señor Vicario, Juez Eclesiástico y Cura Rector de la Santa Iglesia Matriz, para que, concediendo licencia, pida el mismo exhorto al cura de Chuquiribamba, a fin de que permita traer desde El Cisne a la Venerada Imagen de nuestra Madre y Señora”.

Las gestiones se realizaron con la urgencia que el caso ameritaba, hasta que el asunto llegó a manos del Capellán de El Cisne quien aceptó gustoso el pedido. Aprovechó la oportunidad para encarecer la ayuda a fin de financiar un frontal de plata que se necesitaba en esa iglesia para las limosnas.

El curita se encargó de organizar la logística, para cuyo efecto solicitó a los miembros del Cabildo “depurar cuanto antes las personas que hayan de conducir la imagen”, más o menos el rol que han venido cumpliendo los llamados “gancheros”.

Ciertamente que la Reina del Cisne había colmado de fe y devoción de las gentes y todos deseaban tenerla cerca, pero no faltaron hechos arbitrarios e impositivos para hacerse de la Venerada Imagen, como los referidos por Rubén Ortega Jaramillo y Juan Valdivieso Ortega, quienes cuentan que, en cierta ocasión, “posiblemente en horas de la madrugada, aprovechando que los devotos encargados de la vigilancia estaban dormidos, los ladrones furtivamente se llevaron la imagen y, después de recorrer cuarenta kilómetros, la depositaron en la iglesia de Zaruma para rendirle culto”.

En El Cisne, luego de algunas horas, “la alegría fue grande al volver a mirar a su protectora en el sitio en que fue colocada, después de su regreso. En los vestidos estaban las huellas del camino recorrido, húmedos y con las señales de esa larga caminata”

También quisieron llevarla forzadamente a Chuquiribamba, por dos ocasiones, y a Gonzaval. Gendarmes armados con poses despectivas trataban de que se cumplan los edictos reales sobre el traslado, pero salieron trasquilados. Alguien habrá dicho con Mama Virgen todo por las buenas, nada por las malas.

En su visita a Loja, en octubre de 1822, Simón Bolívar conoció la inmensa fe y devoción que los lojanos profesaban a la Santísima Virgen del Cisne. También supo que el fraile Luis López de Solís, entonces obispo de Quito y miembro de la Orden de Caballeros del Cisne, visitó a la imagen y al poblado donde se la veneraba. Se embelesó con su radiante belleza y agradeció por haberlo sanado. Se encariñó con el lugar ya que le recordaba a su hogar natal, razón por la cual denominó a la Imagen con el nombre de Virgen del Cisne, que también hacía referencia a la orden de dichos caballeros.

Dice Julio Eguiguren Burneo, que dirigiéndose a los aldeanos y peregrinos que estaban en la pequeña iglesia, el obispo les dijo que él había recorrido Europa por muchos años y que en ningún país había encontrado una imagen tan bella, tan sin igual, tan extraordinariamente tierna y delicada, y que no se explica ni comprende por qué méritos Dios pudo darles semejante tesoro tan maravilloso.

Cuando Simón Bolívar dictó el decreto de veintiocho de julio de 1829, estuvo consciente de la situación de Loja, especialmente por la depresión económica producida por el colapso de la exportación de cascarilla, la caída de la producción de oro en Zaruma, la disminución del comercio con Piura y Cuenca, y el enorme aporte brindado a las luchas independentista. A eso se sumó la batalla de Tarqui que acaba de librarse el veinte y siete de febrero de ese año 1829, en la que también estuvieron involucrados lojanos con bienes y personas.

Esa fue la razón por la cual instituyó la feria septembrina de Loja, la que, solemnizada con la presencia de la Venerada Imagen de Nuestra Virgen del Cisne, ha recorrido el tiempo mejorando cada vez más hasta llegar a esta edición 2023, que para orgullo de los lojanos se muestra como una de las ferias más importantes del Ecuador, gracias a las ejecutorias de quienes hacen la Corporación de Ferias de Loja, especialmente de Diego Lara, su inteligente director ejecutivo.  

La romería de la “Churonita”, como cariñosamente la llamamos los lojanos por su cabello rizado, ha tenido varias rutas desde que Bolívar dispuso su traslado. Primero, transitó por el camino desde El Cisne, Gualel, Chuquiribamba y Taquil hasta llegar a la parroquia indígena de San Juan del Valle, en donde también descansaba. Luego, con el aporte de la comunidad y de feligreses se construyó el camino desde El Cisne hasta San Pedro de la Bendita, para conectarse con la vía a la costa construida en la época del presidente Isidro Ayora, ingresando a la ciudad de Loja por el Pedestal.  

Finalmente, desde cuando concluyó la construcción de la llamada nueva vía Loja- Catamayo, por 1986, el ingreso de la Venerada Imagen es por Belén, pasando por la Zona Militar. Supongo que fue entonces cuando los militares se pusieron las pilas y realizaron gestiones ante el señor Obispo de la Diócesis de Loja para que permita su ingreso al recinto castrense, a fin de rendirle honores con dianas y salvas, además del estremecedor sonido del silencio con trompeta, considerándola su “Generalísima”.

La Policía Nacional también la tiene como su “Generalísima”, además de ser patrona institucional en virtud del Decreto Episcopal suscrito el doce de diciembre de 2001 por Monseñor Raúl Vela Chiriboga, Obispo Castrense de Fuerzas Armadas y Policía Nacional.

Respecto a la denominación, es preciso resaltar que Teresa Mora de Valdivieso demostró con una exhaustiva investigación basada en documentos históricos, diocesanos y decretos pontificios, que la forma correcta de escribir es Virgen del Cisne y no de El Cisne.  

Cuando hace pocos días arribó la “Churonita” al parque central para su ingreso triunfal a la Iglesia Catedral, fui uno de los miles de fieles que esperamos para verla. Es impresionante el fervor y devoción de las gentes y el ambiente de euforia que reina.

Las bandas musicales unificadas de la policía, ejército y municipal entonaban esa canción que sublimiza el espíritu: “Que bella eres Reina del Cisne”. Banderines distintivos flameaban en alto. Los jerarcas de la Iglesia Católica, Ejército y Policía Nacional, así como autoridades provinciales, estaban en primera fila. La orquesta sinfónica y el coro polifónico municipal acompañaron la eucaristía con cánticos religiosos. La multitud no cesaba de aclamarla.

Cerca al sitio donde me encontraba un grupo de romeriantes azuayos alzaba sus brazos alborozadamente y en voz alta clamaban por una paz duradera para los ecuatorianos. Ellos vinieron a pie desde el cantón El Pan, al noreste de Cuenca.

Durante tres días caminaron, como lo hacen decenas de sus paisanos, cortando caminos y venciendo las condiciones climáticas. Estaban felices de haber cumplido su promesa.

Para dicha de los lojanos, la “Churonita”, parte innegable de nuestra identidad, está con nosotros para colmarnos de bendiciones y para hacer posible que el anhelo de Simón Bolívar se cumpla: dinamizar nuestra economía local.