Los caminos de Dios

  P. Milko René Torres Ordóñez

La Palabra de Dios es viva y eficaz, siempre actual, cuestionante, apasionante. Los autores sagrados, hagiógrafos, transmiten un mensaje que transforma la vida de sus interlocutores. Cada uno de ellos tiene una espiritualidad innata y original.

El profeta Isaías interpreta con suma eficacia la acción de Dios en el corazón de los hombres. Cito una de las frases que resumen un sentido muy denso. Dice Dios: “Mis caminos no son sus caminos”. Siempre tendremos que formularnos más de una pregunta. ¿Qué me dice este el texto? El profeta, que parece anónimo, ha vivido una experiencia existencial e histórica muy fuerte. La época del destierro. Por doquier hay derrotismo, desaliento, tristeza. Isaías siente que su pueblo debe recuperar la esperanza venida a menos. Dios no lo ha abandonado. Sin embargo, es preciso buscarlo. Los caminos del Señor, nunca serán los nuestros. Israel tendrá que levantarse. No existe otra manera de encontrar una salida ante una situación tremenda como la que vive. Debe forjar un nuevo éxodo. Un camino de identidad en su ansiada libertad. Por su parte, san Pablo en su carta a los Filipenses, comparte su propio “destierro”. Probablemente se encuentre prisionero. Quizá, a las puertas de la muerte. Perseguido por causa de Cristo, su razón y su todo. El Apóstol Pablo está convencido que su “vivir en Cristo” le devuelve la esperanza. No teme a la muerte porque tiene la garantía de una vida nueva en Él. Esta gloria nadie le podrá quitar. Ha servido a sus comunidades con un amor entrañable. Por este motivo, Pablo desearía quedarse en este mundo para siempre. Nosotros, en Cristo y con Cristo, merecemos un destino celestial. Sumando los rasgos espirituales de Isaías y Pablo nos atreveríamos a afirmar que en los caminos de Dios no queda un lugar para el desaliento. Al estilo de un poeta, Miguel de Unamuno, decimos: “Sin ti, Jesús, nacemos solamente para morir; contigo morimos para nacer, y así nos engendraste”. Sin caminar tan lejos, san Mateo en la parábola de los obreros de la viña, expone uno de los tantos secretos del Reino de Dios. Dios, Padre, no tiene prisa. Espera con paciencia maternal que sus hijos acudan a Él. Los espera con misericordia. Su amor no tiene espacio ni tiempo. La lógica divina no funciona como los criterios de nuestro mundo: “Muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros”. Jesús, el Hijo, imagen del Padre, marca una ruta que está llena de sorpresas. El Maestro, recordemos las palabras a Pedro, piensa diferente. En esta línea, los caminos de Jesús son senderos que llevan a un gran discernimiento. Una meta definida. ¿Cuál es? Encontrar la salvación por medio de la búsqueda de paz interior. Al igual que los jornaleros del Evangelio merecemos recibir el pan de la esperanza, de la fe, de la justicia, de la generosidad. Es la vida que ofrece Dios. El Dios de mis planes, no siempre es el Dios de todos los planes. Sin embargo, en ella mana a borbotones una fuente inagotable de agua viva. Podemos beber a tiempo y a destiempo. La gracia, la misericordia, el perdón, son dones que nos llegan en el momento menos pensado.